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410 J uan J o s é H . A lonso Estos presupuestos ideológicos explican, a nuestro juicio, la actitud abierta y tolerante de R. Williams frente a personas y acontecimientos de signo diferente. La polémica con J. Cotton, exponente oficial de la ortodoxia de la Iglesia de Nueva Inglaterra, estuvo constantemente motivada por la defensa de esta ideología. Si J. Cotton rehusó sepa­ rarse de la Iglesia de Inglaterra por creer que, a pesar de toda la corrupción en ella existente, era el vehículo de que Dios se valía para transmitir su gracia estableciendo un puente entre la Iglesia primitiva y la comunidad puritana de Nueva Inglaterra, R. Williams se desvincu­ ló a sí mismo de la Iglesia Anglicana y exigió a los demás idéntica sinceridad para prestarles sus servicios ministeriales. Si para J. Cotton la soberanía es parte esencial de la concepción del Estado y la demo­ cracia no es un buen sistema de gobierno ni para la Iglesia ni para el Estado, para Williams el pueblo es el origen y el fundamento del poder civil. Si, en opinión de J. Cotton, la voluntad de Dios podía ser conocida por el hombre, y, en consecuencia, la tolerancia se res­ tringía para aquellos que se desviasen en lo accidental de la fe, mien­ tras no propagasen sediciosamente sus opiniones, R. Williams admitía plenamente la libertad religiosa fundándose en la inexcrutable sobe­ ranía divina y en la bondad de Dios para con el hombre. Mientras que el pensamiento de J. Cotton respecto a las competencias del ma­ gistrado civil en el ámbito religioso y viceversa eran ambiguas y con* tradictorias, R. Williams abogó por la separación radical entre Iglesia y Estado. El altercado con los cuáqueros responde también a la defensa de unas ideas por las que R. Williams luchó toda su vida. Mientras Geor- ge Fox y sus colegas religiosos proclamaban la supremacía de la «luz interior» sobre la Escritura, calificándola de árbitro en la interpreta­ ción de la doctrina cristiana, Williams defendía sin paliativos que las Escrituras constituían para el puritano la norma absoluta de su expe­ riencia cristiana. Mientras que los cuáqueros mantenían la perfección y la santidad del hombre e insistían en un proceso sencillo y confiado por el que se obtenía la salvación, la fe puritana de R. Williams afir­ maba la corrupción total de la naturaleza humana. Y mientras la Iglesia concebida por el cuaquerismo es un cuerpo constituido por la sola autoridad de la presencia de Cristo en él, carente de visibilidad, R. Williams se pronuncia por una Iglesia, existente en el tiempo y en el espacio, si bien separada —en la medida de lo posible— de la corrup­ ción del mundo.

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