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174 P. CALASANZ tanta insistencia. La enfermedad de ahora es mortal: sufre la ausencia y el rechazo de Dios. De pronto... Dios se hace presente. «E l alma se serena». El Señor, el buen Señor, regala a Francisco un don que le vuelve loco de alegría. Le certifica su salvación eterna y le confirma en estado de gracia. Y el Pobrecillo quiere componer un canto de alabanza a Dios «por el gran favor» que le ha hecho: «Quiero decir, por haberse dignado certificar en vida a este indigno siervo suyo de que gozaré de su reino». En la noche oscura del alma de Francisco brota — maravillosa luz de gracia— , la misericordia de Dios, la seguridad asombrosa del amor de Dios que ahuyenta la turbación y la tristeza. Es un poema de gra­ titud. Es un grito incontenido del corazón: Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria, el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, corresponden y ningún hombre es digno de hacer de ti mención. Francisco dice expresamente que quiere escribir un canto «nuevo». ¿En qué consiste esta «novedad»? ¿Tenía conciencia el Pobrecillo de que su amor por las «hermanas criaturas» era un fenómeno radical­ mente original, un amor como jamás se había visto, como apostilla Celano? Es poco probable una ostentación de este tipo en el dulce y humilde Francisco. La idea central del Cántico está concebida con mayor amplitud y expresada con más abundancia poética en el esplén­ dido Cántico de Daniel que el santo conocía y rezaba: todas las cria­ turas, los ángeles, los hombres son invitados y urgidos a bendecir al Creador. Lo nuevo en Francisco es la experiencia de comunión con las criaturas hasta el punto de llamarlas «hermanas» como expresión de un pensamiento de amor de Dios Padre, el Padre común. La Pa­ ternidad divina «hermana» a todas las criaturas que, a los ojos puros del Pobrecillo, «llevan significación del Altísimo». El Cántico es nuevo, sobre todo, por la carga de signos y símbolos cristológicos expresivos que transfiguran la existencia de las criaturas, situándolas, por derecho propio, en el ámbito de la Redención. Por eso, el amor universal a las criaturas se intensifica y se particulariza cuando evocan con particular énfasis la figura de Cristo. Esto explica la preferencia del santo por los animales mansos y los gestos de ter­ nura reverente ante la piedra, la luz, el cordero, el sol, las tórtolas y los gusanos que se arrastran por la senda...

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