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EL CÁNTICO DEL HERMANO SOL 173 3 . P e r s p e c t iv a s ic o l ó g ic a d e l « c á n t ic o » El Cántico es un himno de gratitud. Es la explosión de una alegría incontenida. Más que música y verso, hay aquí un inmenso corazón. Francisco es físicamente un viejo prematuro por la mortificación y la enfermedad. Necesita un lazarillo para guiar sus pasos de ciego. Tiene vómitos, padece de insomnio, lleva los ojos vendados porque le hiere la luz del sol, está herido de muerte. Pasa por una crisis terrible del espíritu. Se siente desplazado pol­ las nuevas corrientes que cuestionan y «contestan» la forma de vida que le inspiró el Señor. Nota una indefinible sensación de rechazo como si fuera culpable. Sufre, como acobardado, presintiendo que ins­ pira compasión y que hace sufrir a los que le quieren y permanecen fieles a sus directrices. Rehuye la presencia de los frailes que quieren seguir los caminos de los antiguos porque «se avergüenzan de ser menores». En esta situación de espíritu, el santo de la alegría duda y se pone triste. Llega a pensar incluso que su obra va a fracasar por la presión del grupo contestatario, de gran influencia en las altas esferas de la Orden y de la Iglesia. ¡Cuánta amargura en el corazón del Pobrecillo que se desangra y no quiere actuar con energía para salvar la paz! El Pobrecillo está turbado. Y busca la soledad para serenarse y cobijarse en Dios. Y resulta que Dios le prueba y atormenta con su silencio y su lejanía. Son las horas del huerto de Getsemaní, en San Damián: terrible sensación de soledad, desbandada cobarde de los discípulos, intrigas en la clandestinidad, la copa amarga a punto de rebosar. Se aloja en una celda ruinosa, junto al convento donde viven Clara y sus damas pobres. Clara adivina la dura prueba y es como el ángel del huerto bíblico que reconforta a Francisco con su presencia espiritual y con la oración de sus noches en vela. Francisco se siente abandonado por Dios. Por eso es su pena. Ya sufrió de Dios en su juventud de converso, cuando ponía treguas a la gracia que golpeaba fuertemente en sus puertas. Pero sentía a Dios, aunque le desasosegara

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