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172 P. CALASANZ — las playas, los «campings» y los prados quedan convertidos con frecuencia, después de las acampadas y de las vacaciones, en un lugar feo e inhabitable. Ciertamente, la sociedad industrial tiene sus exigencias y sus ser­ vidumbres. Hay que apostar por el progreso y por los puestos de trabajo que llenan la despensa de los trabajadores, aunque las fábricas polucionen el cielo con sus chimeneas humeantes. Es preciso sacrificar a los animales porque el hombre necesita vivir. Lo que no tiene explicación razonable en un mundo civilizado es esa especie de agresividad irracional contra la naturaleza, esa especie de alergia contra los animales y menos la hostilidad abierta contra los seres humildes de la creación. Un hombre de buen corazón no com­ prende cómo se puede matar a un ruiseñor. Por todo esto, urge el regreso de Francisco de Asís. «El mínimo y dulce Francisco de Asís» ama la naturaleza con un amor «como jamás se había visto». Conoce todas las aves del cielo. Conoce todos los árboles del bosque. Conoce todas las fuentes y arro- yuelos de la montaña y de la llanura. Pero, ¡cuidado! No es el cono­ cimiento técnico del ornitólogo, del botánico o del geógrafo. No es un científico ni un coleccionista. Es una experiencia inmediata y vital de simpatía, de sintonía interior, de comunión pura, en constante acti­ tud de asombro y de amistad. Francisco es mucho más que el amigo de los animales, de los bosques y de las fuentes. En la amistad existe siempre la reciprocidad y una especie de instinto posesivo y excluyente. El amor de Francisco es tan universal y desinteresado, tan delicado y reverente que se ins­ cribe en el ámbito de lo fraterno. Francisco se siente y se proclama «hermano» de todas las criaturas. Es un descubrimiento cordial, poético y teologal que supera por su intensidad humana y por su trascendencia a los inventos modernos y los logros de la ciencia y de la técnica. Es mucho más importante, en una jerarquía espiritual de valores, sentirse «hermano del sol» que comercializar la energía solar. Ha enriquecido más a la humanidad, en la vertiente humanista y cultural, cantar a la luna como «hermana» que los viajes de los astronatutas. Francisco ha penetrado con más pro­ fundidad que los astrónomos en el mundo misterioso de las galaxias cuando ha nombrado a las estrellas «hermanas luminosas y preciosas y bellas».

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