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194 P. CALASANZ Francisco descubre el sentido más genuino y bello de la muerte, al bautizarla con el magnífico mote de «hermana». Por eso urge la vuelta del Pobrecillo a nuestro mundo que ha despojado a la muerte de toda su grandeza porque ha perdido el sentido de Dios y de la trascendencia. Los síntomas de empequeñecimiento son sobrecogedores: — El temor animal del hombre ante la muerte y la cobardía para enfrentar noblemente al hombre con su destino. Nadie advierte al enfermo la gravedad de su estado para que no se impresione. — El temor supersticioso que pinta con tintes macabros el sem­ blante de la muerte. — El temor «religioso» con sus ingredientes de mitología, paga­ nismo, maniqueísmo y ciertas dosis de resentimiento. — La angustia existencial que se clava en el pensamiento y tortura el alma con el interrogante sobre las cuestiones últimas: inmor­ talidad, eternidad, supervivencia. — La visión de la muerte como quiebra total del ser y como fra­ caso definitivo. El hombre es un ser-para la muerte que se diluye como un fantasma en las fronteras de la nada. — El materialismo en todas sus formas que se enfrenta a la muerte con una frivolidad sobrecogedora. En nuestro tiempo, la sociedad de consumo ha impuesto su ley implacable hasta a la muerte quitándole su intimidad personal y su misterio. Nos encontramos ante un hecho monstruoso: la comerciali­ zación de la muerte, con una cuota de seguros y una contratación de servicios funerarios «standardizados». La muerte despersonaliza y ma- sifica desde el hospital que atiende a un enfermo anónimo —con habi­ tación numerada— hasta el cementerio que registra al difunto por un número en el nicho. La visita al cementerio pasa a la página de los ecos de sociedad porque, tristemente, se ha perdido la dimensión sagrada del acontecimiento. Por otra parte, la liturgia religiosa de la muerte ha dado paso a los nuevos ritos del enterramiento civil, recargados de intención polí­ tica o de reivindicaciones sociales. Los ritos civiles —boda por lo civil; entierro por lo civil— hoy por hoy y entre nosotros, son de una fealdad detestable. En comparación, el paganismo clásico tenía imaginación y belleza en la forma de enterrar y dar culto a sus muertos. Francisco rechaza las formas paganas de morir, por supuesto. Pero protesta igualmente cuando quieren imponerle una muerte ejemplar

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