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EL CÁNTICO DEL HERMANO SOL 193 La dispersión de opiniones, puesta de relieve por los avances de la investigación y de la crítica, se debe fundamentalmente al descono­ cimiento y al olvido de las «claves» de la personalidad de Francisco. No se trata únicamente de un error de enfoque o de perspectiva. Es algo mucho más grave, algo así como la pérdida de imagen que nos ofrece un Francisco irreconocible porque faltan los datos substanciales en su carnet de identidad. Nos ofrecen un santo en serial de escayola o barro modelado, olvidando que el «molde» de Francisco fue único. Nos dicen, por ejemplo, que la muerte de Francisco es el fruto de su experiencia religiosa. El argumento flaquea por su misma base y no resiste el emplazamiento ante una crítica seria. En tal caso, hom­ bres de una experiencia religiosa parecida habrían tenido una actitud parecida ante la muerte. Lo cual queda desmentido categóricamente por la historia: la muerte de los santos ha sido con frecuencia dra­ mática, angustiosa y humanamente terrible. La muerte de Francisco es tan original que desconcierta a los más allegados, incluso a los que comparten su mismo género de vida. Es un fenómeno curioso que ya anotamos en otro lugar del Cántico: no basta vestir el sayal franciscano para comprender a Francisco. Es pre­ ciso revestirse de Francisco por dentro y por fuera, meterse en la piel del Pobrecillo que es actor, juglar y poeta y dejarse invadir nervio a nervio, músculo a músculo, latido a latido, por la pasión del canto: «Déjame que can te...» — implora Francisco en la hora de la muerte. Fr. Elias ha vivido en compañía del santo y ha gozado, hasta cierto punto, de su familiaridad y confianza. Sin embargo, no comprende las claves de su estilo. Y quiere imponer a Francisco un modelo vulgar e inexpresivo ante la muerte. La gente lo considera un santo: debe adoptar una postura solemne, rigurosa y grave para «edificar» a los seglares que están pendientes del fatal desenlace. Francisco piensa que el modo de edificar a los devotos es morir cantando. Es coherente consigo mismo, es fiel a su yo auténtico hasta el final. Francisco murió cantando por lealtad a su yo insobornable. Acierta de nuevo el refranero popular: «Genio y figura hasta la sepultura». Su genio, su casta, su talante de poeta, juglar y caballero deben acre­ ditarse en la prueba de fuego de la última hazaña terrenal, sugerida por el amor a su Señor. Francisco, que lleva en sus venas la hidalguía del caballero y polichinela de Cristo, no quiere plañideras que lloren su muerte, sino cantores alegres que celebren su triunfo. 13

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