PS_NyG_1982v029n001p0167_02010410

192 P. CALASANZ unir a dos corazones turbados y decepcionados? Actuando con la sen­ cillez, la convicción y la ternura de San Francisco. El compromiso con la paz mantiene al hombre en una situación tensa de disponibilidad y de entrega al servicio fraterno. Es un ritmo agotador porque el Señor necesita un instrumental válido para pre­ sentar la verdad en su desnuda y magnífica belleza, para iluminar las tinieblas del pensamiento y para dar al hombre de nuestro tiempo —temeroso, amenazado y entristecido— razones para esperar y ganas de vivir. La plegaria dinámica del hombre-paz reza como sigue: «Señor, haz de mí un instrumento de paz. Donde hay odio, ponga yo amor. Donde hay ofensa, ponga perdón. Donde hay discordia, ponga unión. Donde hay error, ponga verdad. Donde hay duda, ponga fe. Donde hay desesperación, ponga esperanza. Donde hay tinieblas, ponga vuestra luz. Donde hay tristeza, ponga yo alegría. ¡Oh M aestro !, que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar, en ser comprendido como en comprender, en ser amado como en amar; pues dando, se recibe, olvidando, se encuentra, perdonando, se es perdonado, muriendo, se resucita a la vida eterna». 9. «La h e rm a n a m u e r t e » La muerte de San Francisco se ha convertido en signo de contradicción para intérpretes y admiradores en el correr de los tiempos. ¿Có­ mo se explica el fenómeno de la muerte recibi­ da con cantos de celebración festiva? ¿Cómo es posible vibrar de gozosa emoción ante el anuncio de la muerte cercana? ¿Cuál es el se­ creto de morir «cantando»?

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz