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EL CÁNTICO DEL HERMANO SOL 191 eso, nadie puede ser un «instrumento» adecuado para la paz si no es conducido por la luz y la fuerza de lo alto. Francisco se refugia en los brazos de Dios con una oración hermo­ sísima que, si no lleva su firma, tiene su estilo inconfundible. Quien llegue a captar su contenido profundo y su intención apostólica, que se prepare para la acción peligrosa, comprometida y agotadora. Hay que rezarla de pie, por la calle y por las plazas porque no se acaba de rezarla bien hasta que no se pone en práctica. La contemplación no es verdadera hasta que no se convierte en acción. Rezarla como conviene es lanzarse a campo traviesa para llegar a tiempo al lugar concreto donde el Señor te necesita como «instrumen­ to». Hay que ir a actuar con prisas, sin miedo a complicarse la vida, sin pensar en los contratiempos, ni en la fatiga ni en la posible impo­ pularidad «allí donde» nos necesiten los hermanos. En rigor, es nece­ sario meterse de lleno en el lugar del conflicto y encarnarse en el problema aunque sea a costa de la propia crucifixión, dada la fragilidad humana y la malicia o el resentimiento de quienes se sienten inter­ pelados. El odio es una pasión destructora, el envés obscuro del amor que es afirmativo y creador. Y hay que buscar a este hombre-lobo en sus guaridas y resistir la ferocidad de su mirada. Y persuadirle de que odiar es homicida. ¡Qué difícil cambiar su corazón para que acepte al enemigo y lo considere y ame como a un hermano! De acuerdo: es arriesgado, pero hay que ir a su lado e intentarlo después de enco­ mendarlo fervorosamente al Señor. El podestá y el alcalde de Asís se odiaban a muerte, con grave escándalo del pueblo. Y el Cántico les llevó al abrazo de la reconciliación. Hay ofensas que «marcan» al hombre para toda la vida. El solo recuerdo hace hervir la sangre en las venas. Hay heridas en el alma que requieren largo tiempo para cicatrizar. El hombre lobo se ha ensañado con dentelladas mortales en el honor, el buen nombre, el prestigio del hombre sencillo. Pues bien, el pacificador debe acercarse al pobre hombre, apaleado y herido, curar sus llagas y pedirle que perdone. El pacificador sabe que está exigiendo un acto de heroísmo. ¡Y lo consigue en nombre del Señor cuando se llama Francisco! Son personas que viven bajo el mismo techo con una frialdad que congela las almas. No hay una ilusión que estreche los corazones. Reina un clima de desarmonía, de desconfianza y de desentendimiento. Son dos corazones que viven en una trágica discordia. ¿Cómo lograr

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