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EL CÁNTICO DEL HERMANO SOL 189 escándalo e interviene a cuerpo limpio cuando se lo exige su conciencia, como en el caso de Clara. Como en el caso del «hermano Lobo». Francisco va siempre a la raíz del conflicto. Empieza por escuchar atentamente a las dos partes en litigio para dar la solución justa con conocimiento de causa. Es un árbitro neutral, amigo de los procedi­ mientos limpios, de los planteamientos transparentes, de las soluciones humanas. El «mínimo y dulce Francisco de Asís» siente una repugnan­ cia instintiva hacia los que perturban la paz al amparo de la obscuri­ dad, de la ocultación, de la falsedad. Pone en guardia a sus hermanos contra la furia desatada de los perros furiosos que llevan la espada y abusan del poder y la fuerza. El lobo salta los bardales del corral para dispersar y matar. Francisco se va a meter en la boca del lobo. Pero antes ora intensamente y se pone en las manos de Dios. No es un temerario que se expone a ser devorado por la bestia. Es un cristiano — «rarísimo», por desgracia— que se protege con la coraza de la cruz invencible. No va a adular al lobo porque es fuerte. No dice con su estilo de autenticidad y hombría de bien el incensar a los pode­ rosos por la sencilla razón de que nada tiene que perder y nada quiere conseguir a costa de su dignidad. Francisco sale al encuentro del lobo para corregirle con energía, pero sin asperezas. — «Hermano lobo» —empieza Francisco con un saludo insólito que asombra al fiero animal. El contenido de la reprensión es duro, pero la forma exquisitamente cortés y fraterna: — «Hermano lobo», estás haciendo mucho mal en esta comarca, has causado grandísimos males maltratando a las criaturas de Dios e incluso matando hombres que son imágenes de Dios. Has sido tan perverso que merecías la horca como ladrón, homi­ cida y malvado; la gente sencilla está irritada contra ti y te odia a muerte... Las acusaciones son gravísimas. «El hermano lobo» —poderoso y feroz— reconoce humildemente su culpabilidad. ¿Haría lo mismo el «hombre-lobo» siendo poderoso y fuerte? ¿No buscaría pretextos para justificar ante la opinión su feroz catadura moral, causa de tantos ma­ les, de tanto miedo y de tanta amargura? El hombre lobo, salteador nocturno y clandestino que maltrata, roba y tortura, es exactamente «ladrón, homicida y malvado». El «hermano lobo» acepta la corrección fraterna de Francisco. Y es entonces cuando el Pobrecillo se enternece y encuentra atenuantes

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