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188 P. CALASANZ al Cántico la nueva estrofa del perdón para que la cantaran sus com­ pañeros en la plaza pública, abarrotada de gente: Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amot y soportan enfermedad y tribulación. Bienaventurados aquellos que las sufren en paz> pues por ti, Altísimo, coronados serán. Francisco no interviene en el conflicto personalmente. No se rasga las vestiduras por el escándalo. No fustiga con acritud ni con denun­ cias proféticas la situación de escándalo. Francisco sufre, reza y pone todos los medios para la reconciliación. Y la reconciliación se lleva a cabo porque el obispo y el podestá se perdonan y se abrazan por amor al Pobrecillo de los ojos vendados, enfermos de tanto amar. La paz dinámica se establece con gestos creíbles. Francisco se presenta ante el Sultán sin otras armas que la senci­ llez, la pobreza y la santidad. Es un cruzado original que no va a vencer al infiel con la fuerza de los ejércitos, sino que intenta conven­ cerlo con la persuasión, la cortesía y la benignidad. No es martillo de herejes, sino heraldo y cantor del amor a nuestro Señor Jesucristo que vino al mundo para salvar. Piensa que es más cristiano convertir cora­ zones que matar infieles. Hay un hecho característico en la vida de Francisco que hiere de muerte a las estructuras bélicas de su tiempo. Francisco prohíbe a sus hermanos, devotos y seguidores la tenencia de armas. Y este plantea­ miento tan simple y radical afecta substancialmente a la historia de las pequeñas ciudades italianas. Los señores feudales renuncian a bata­ llar porque la guerra se va haciendo progresivamente impopular gracias a la siembra de paz del Pobrecillo. No hay mejor medio de evitar la guerra que el desarme voluntario, nacido de la convicción de que la violencia es un antitestimonio y un contrasentido. Ser instrumento de paz resulta incómodo y casi siempre expuesto. El pacificador baja a la arena donde se enfrentan los contendientes que, en un momento de irritación o de ceguera, pueden propinar sus golpes al pacificador, considerado como un entrometido. Quien se presta a mediador se expone igualmente a encajar los golpes perdidos y a los comentarios malévolos del público que disfruta con el espectáculo. Francisco ha superado el miedo a los golpes, a la maledicencia y al

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