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E L CÁNTICO DEL HERMANO SOL 179 de Francisco. Sin el Cántico, la figura de Francisco se escapa, huidiza, de entre las manos. Aquí está la raíz de la incomprensión y de la deformación que ha sufrido el santo. Es un hecho sintomático: escritores de autorizada y reconocida competencia nos presentan una imagen irreconocible del Pabrecillo. Han dedicado largas horas al estudio y a la investigación de las fuentes. Han escrito obras de la más exigente documentación histórica. Pero el lector hace una mueca de desencanto: «No es eso; no es eso». Y este error de perspectiva se proyecta peligrosamente en la inter­ pretación y en la realización del proyecto de vida a nivel personal y colectivo. ¿Cómo se configura la semblanza ideal del religioso? ¿Qué factores han influido en la formación de esta imagen? Y , ante todo, una cuestión decisiva: ¿podría reconocerse el Pobrecillo a sí mismo en esta semblanza? Si se despoja a Francisco de su aureola de poeta y juglar de Dios, falsificamos el original. El temperamento poético de Francisco explica no sólo el Cántico sino toda la vida y la obra del hombre «del siglo futuro» —moderni­ dad, originalidad, vanguardismo— que es un delicioso entramaje de drama, parábolas, gestos simbólicos, plasticismo figurativo y mensajes escenificados. Ahora ya sabemos por qué gentes de toda condición quieren dejar el mundo para poblar las casas de Francisco. El juglar de Dios los arrastra a vivir el Evangelio como una celebración festiva de la bondad y el amor del Redentor. Y como es celebración pascual, ningún medio de expresión mejor que el canto. Todo esto ha sido captado con insuperable belleza por el lenguaje fílmico y por los artistas. El impacto mundial causado por Hermano Sol, hermana Luna se debe a la comprensión del talante poético del mínimo y dulce Francisco de Asís. El espectador queda contagiado por la heroicidad del santo y por la belleza de un ideal que se transmite cantando. Zeffirelli nos dice más y mejor de Francisco en unas secuen­ cias de su película que todos los documentos de archivo. Al margen de los fallos históricos o interpretativos, el espectador aplaude con entusiasmo: «Este sí que es San Francisco de Asís». En rigor, el Cántico es una canción de música ligera. El juglar de Dios coge el son y el ritmo del pueblo —la música que el pueblo anónimo crea y canta— y lo pone al servicio de las divinas alabanzas. No es una oración litúrgica para rezar en la penum­ bra del templo, con la partitura en el facistol, a los acordes del órga-

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