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144 E. RIVERA En la historia del pensamiento, Menéndez Pelayo no sólo siente simpatía por la escuela franciscana sino que también busca en ella un motivado punto de apoyo. No porque se declare partidario de Escoto, ni de ningún otro doctor franciscano, sino porque quiere com­ partir la libertad intelectual que esta escuela ha mantenido dentro de la Iglesia contra la agresiva tendencia de un tomismo rígido que le ocasionó días de amargo penar. Lo peor de todo ello fue que aún era demasiado joven para hallarse curtido contra los ineludibles asal­ tos de la crítica, no siempre comprensiva, ni siquiera correcta. Por otra parte se hallaba empeñado en otra polémica por su izquierda contra krausistas y kantianos que denigraban el saber nacional. Joven de veinte años sale a luchar en pro de La Ciencia Española. Y en lo más recio de la pelea le viene otro ataque por esa derecha invidente que está condenada, ayer y hoy, a mirar los grandes problemas por el agujero de una cerradura. Fue en esta ocasión el dominico P. Fonseca quien dio el asalto al joven investigador, ya maestro, culpándole de seguir la filosofía de Luis Vives y de abandonar a Santo Tomás en puntos importantes de su filosofía contra la prescripción de León X III en la AeUerni Patris. Esto último era lo único que le dolía a este pen­ sador cristiano «a machamartillo», como él mismo se definía. Sobre lo otro, sabía muy bien a qué atenerse ante las cegueras o ignorancias del P. Fonseca. Pero que se le tachara de no seguir las directrices del Papa, no lo podía tolerar. Pues bien; es entonces cuando cree encontrar apoyo en los docto­ res de la orden franciscana. En este sentido replica al P. Fonseca: «Me atrevo a disentir del tomismo rígido (o de lo que dicen algunos de sus intérpretes ser doctrina tomista) en algunos puntos más o menos esen­ ciales, a la manera que en otros muchos y más importantes difieren el sutil Escoto y todos los filósofos de la Orden de San Francisco». Y a continuación añade: «La libertad, pues, que reivindico yo es la que ha reinado siempre en las escuelas cristianas, la que la Iglesia ha auto­ rizado en todos los siglos, la que permitió a Escoto contradecir a Santo Tomás en materia de tanta trascendencia como el principio de individuación. Y busco este ejemplo porque basta él solo para probar que dentro de la Iglesia católica viven, y no aislados y oscuramente, sino patrocinados por una Orden religiosa, tan antigua y benemérita de la Iglesia como cualquier otra, sistemas filosóficos que difieren hon­ damente del de Santo Tomás y que en algunas cosas le son opuestos. Y la prueba de que ni el texto ni la mente de la Encíclica Aeterni

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