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SAN FRANCISCO, DESDE LA HISTORIA. 165 Newton. He aquí con qué unilateralismo declina a favor del físico: «Genio significa la facultad de crear un nuevo pedazo de universo, un linaje de problemas objetivos, un haz de soluciones... Los que aplican promiscuamente tal palabra a Newton y a Santa Teresa come­ ten, a mi modo de ver, un pecado de lesa humanidad, pues diciendo de alguien que fue un genio le atribuimos la potencia suma de energía cultural: la de crear realidades universales. Ahora bien; si para la historia del planeta Tierra valen lo mismo la Moradas que los Philo- sophiae naturalis principia mathematica, será que el mencionado pla­ neta marcha en pos del ab su rdo ...»62. Tengo que confesar que en pos de ese absurdo corre mi propia mente. Para hacer ver que quizá no haya tal absurdo me permito enfren­ tarme con Ortega desde la reflexión a que me da pie un magnífico y conocido texto de Kant: «Dos cosas hay que inundan el ánimo con asombro y veneración siempre nuevos y que se hacen mayores cuanto más frecuente y detenidamente se ocupa de ellas nuestra meditación: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí» 68. Hay, pues, dos cielos en el magnífico cosmos que nos envuelve: el que luce sobre nosotros y el que refleja las estrellas rutilantes o temblorosas de nues­ tra conciencia. Pues bien; me permito decir a Ortega, sin miedo a ser convencido de absurdo, que si Newton fue el gran sabio que descu­ brió los misterios del cielo de arriba, Teresa de Ahumada tuvo el don de descubrirnos el cielo de nuestra conciencia. Cielo por cielo, ¿cuál es más importante? ¿A cuál tenemos que mirar con más detención? Esto, que raya ya con la vieja diatriba estoica, nos lo hemos per­ mitido para que el lector comprenda cuán fundada es nuestra dura crítica contra el silencio de Ortega sobre el misticismo de San Fran­ cisco. No lo entendió, ni lo pudo entender. Ineludibles limitaciones del pensar humano que exige requisitos previos. A Ortega le faltaron los requisitos necesarios para acercarse al mundo numinoso de la san­ tidad. E. R iv e r a Univer. Pontificia Salamanca 67. Renán, en O. C., I, 444. 68. Tomo el texto de la traducción bella que nos ha dado el mismo Ortega en El hombre y la gente, en O. C., VII, 123.

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