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SAN FRANCISCO, DESDE LA HISTORIA. 163 que ha hecho a la Iglesia esta mentalidad, vigente en su estilo hasta nuestros días. El modernismo cometió errores y torpezas intelectuales. Pero planteó al rojo vivo la gran cuestión de las relaciones entre la cultura moderna y el cristianismo. Esta gran cuestión entonces quedó aplazada, no resuelta. Ortega pensaba, creyendo empalmar con Orí­ genes, San Anselmo, etc..., que se hacía necesaria una reforma de la letra católica. ¿Qué otra cosa ha intentado el Vaticano II? A su vez, en el mismo Vaticano II, numerosos Padres han hecho oír su voz en pro de una Iglesia más sencilla, más humilde, más pobre. Ortega llama a esto franciscanismo. Es decir, vuelta a la vida evangé­ lica, a través de la nerviosidad franciscana. Este juicio, al que la pluma franciscana puede poner el reparo de ser demasiado exclusivista, pues hay otros caminos evangélicos en la amplia heredad de la Iglesia, declara manifiestamente la alta estima que Ortega tenía de la gran misión de San Francisco en este momento histórico. 3.° S il e n c ia d o m is t ic is m o d e S an F r a n c is c o Ante la reflexión anterior se pudiera creer que juzgamos acertada la interpretación que Ortega da de San Francisco. Al instante hay que responder que no es así. Pues si pensamos que ha tenido aciertos en su perspectiva franciscana, no captó lo mejor de San Francisco. El misticismo del Santo, flor de su vida espiritual, ni lo comprendió, ni lo pudo comprender. Necesitamos ahora subrayarlo para poner a punto el pro y el contra de la interpretación orteguiana del Santo. Pudieran desorientar en este momento en que presentamos el pro­ blema del misticismo de San Francisco estas palabras de Ortega, par­ cialmente ya recordadas: «Rubín de Cendoya, místico español, es un hombre tan manso y espiritual, que pudiera, como San Francisco de Asís, vivir una semana entera alimentándose con el canto de una ci­ garra» 63. ¿No valora aquí Ortega a San Francisco como místico? Manifiestamente se trata en esta ocasión de un misticismo naturalista que sólo, como línea tangente, se toca en un punto con el de San Francisco. Para el auténtico misticismo, Ortega ha sido muy cegato. En su ensayo Estudios sobre el amor lo ha querido abordar con seriedad, 63. Sobre "el Santo”, en O. C., I, 434.

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