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162 E. RIVERA franciscanos ¡juguetes intelectuales! Yo desearía que se suscitara una acción franciscana. ¡Si se quiere, una reforma c a tó lic a !» 60. Ante este testimonio de Fogazzaro, «un glorioso nombre del cato­ licismo militante», en expresión de Ortega, éste nos da su último y definitivo juicio sobre el desgarrón eclesial, ocasionado por el moder­ nismo: «No cabe pedir mayor nobleza, más fino sentido para lo que constituye la esencia tradicional de la moralidad y de la razón huma­ nas. Es preciso, de un lado, podar el árbol dogmático, demasiado fron­ doso para el clima intelectual moderno, dar mayor fluidez a la creen­ cia, sutilizar la pesadumbre teológica. Por otro lado, es menester vol­ ver a la vida evangélica, y a través de la entusiasta nerviosidad fran­ ciscana ejercitar la otra virtud moderna, la virtud política, el socia­ lismo» 61. De seguro que la última palabra, entendida en sentido partidista, puede desorientar a muchos. Pensamos que aquí Ortega la entiende en el sentido en que todos los cristianos queremos una política socia­ lista que traduzca en praxis la bandera que levantó San Pablo cuando proclamó, como gran mensaje para el futuro, que en Cristo no hay «judío o gentil, griego o bárbaro, hombre o mujer, esclavo o señor, por ser todos uno en Cristo». El socialismo como partido no entra en esta perspectiva de virtud política. Dejando al margen este tema, que ha salido al paso, y yendo al núcleo central de la tesis orteguiana, advertimos en ella que pide, en su primera parte, que el árbol dogmático sea liberado de su pesadum­ bre teológica. Esta pesadumbre ha quedado bien patente en algunos casos históricos, como en el de Galileo, más deplorable que por el famoso proceso del que tanto se ha abusado, por la estancia de sus obras, casi dos siglos, en el Index que lo vedaba leer. Confirma esto el dato curioso y tristemente aleccionador que puede recordar el his­ toriador de nuestra vida universitaria. A fines del siglo x v i i i , en plena floración científica moderna, alguna universidad española — no hay por qué mentar su nombre— dio testimonio desfavorable al Cursus Philo- sophicus de F. Villalpando, porque se exponía en él la física newto- niana, y no la aristotélica 62. Creemos que ha sido incalculable el daño 60. lbtd. 61. O. c., 434. 62. G. Z a m o ra , Francisco de Villalpando (1740-1797), protagonista en la introducción oficial de la filosofía moderna en la Universidad española, en Natu­ raleza y Gracia 22 (1975) 3-41, 191-224.

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