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SAN FRANCISCO, DESDE LA HISTORIA. 161 Con esta entrañable pena de sentirse alejado de la experiencia religiosa contempla Ortega la crucificante escisión que desgarra en aquel momento el seno de la Iglesia. Y cree que Fogazzaro presenta en su obra dos corrientes de modernismo que pudieran aportar una solución. Las da los nombres de origenismo y franciscanismo. Piensa Ortega que el origenismo es la pasión de entender. Pu­ diéramos llamarla anselmiana, por ser San Anselmo quien acuñó la frase feliz: «Fides quaerens hitellectum». En virtud de esta exigencia por la que la fe busca entender, «es preciso, escribe Ortega, que el viejo mundo de la fe y el nuevo mundo de la ciencia encajen perfec­ tamente para formar la esfera del universo espiritual» 58. Según esto, sólo los reformistas de hoy ejercitan la virtud moderna de la vera­ cidad, el deber de la ciencia. Pero hay otro espíritu maligno que corroe a la Iglesia, recuerda Ortega que dice Pietro Maironi al Papa. Es el espíritu de avaricia. Reconoce éste que el Vicario de Cristo vive en su magnificencia vati­ cana como vivió en su arzobispado, con un corazón puro de pobre. —Recuérdese que el protagonista de la novela habla con Pío X, tan pobre de Papa como de Arzobispo de Venecia— . «Muchos pastores venerandos —habla P. Maironi de nuevo— viven en la Iglesia con igual corazón; pero el espíritu de pobreza no es bastante enseñado como lo enseñó Cristo; los labios de los ministros de Cristo son con demasiada frecuencia complacientes con la codicia de los avaros... Prepárese el día en el cual los sacerdotes de Cristo den ejemplo de pobreza efectiva, vivan pobres por obligación, como por obligación viven castos» 59. Este texto lo comenta Ortega en estos términos: «Este es el franciscanismo, reforma de la práctica evangélica, como el otro mo­ mento llevaba a la reforma de la teoría dogmática». En confirmación de lo cual acota de nuevo al novelista que así hace hablar a otro personaje: «Los tiempos, señores, piden una acción franciscana. Pero yo no veo señal de ella. Veo a las antiguas órdenes religiosas que ya no tienen fuerza para obrar sobre la sociedad. Veo una democracia cristiana, administrativa y política que no tiene el espíritu de San Francisco, que no ama la santa Pobreza. Veo una sociedad de estudios 58. O. c., 432. 59. O. c., 433. 11

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