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160 E. RIVERA los católicos nacionales, deploro sobremanera la ausencia de ese enér­ gico fermento en nuestra Iglesia oficial. Y el caso es que el catolicismo significa hoy, dondequiera, una fuerza de vanguardia, donde combaten mentes clarísimas, plenamente actuales y creadoras» 55. Son para meditar estas palabras, sobre todo por quienes han visto en Ortega tan sólo un enemigo del pensamiento cristiano, cuando aquí y en otras ocasiones, aun declarándose decididamente laico, no com­ bate el ideal cristiano, sino que pide al catolicismo español, tan en vanguardia en otras épocas, estar «a la altura de los tiempos». Ante esta petición de exigencia frente a un catolicismo adormi­ lado tenemos que entender la reflexión que Ortega hizo a la crisis interna de la cultura de la Iglesia, conocida con el nombre de moder­ nismo. Primeramente protesta éste de que los «excluyentes» le quieran malentender con esta severa admonición: «Los fanáticos cometerán, tal vez, la indelicadeza de pensar que esta simpatía nuestra hacia los modernistas no es sino el natural alborozo ante una enfermedad grave que sobrecoge a la Iglesia. Nada de eso: es mucho más noble y dis­ creto el origen de nuestra simpatía. Una Iglesia católica amplia y salubre, que acertara a superar la cruda antinomia entre el dogmatismo religioso y la ciencia, nos parecería la más potente institución de cul­ tura: ésta sería la gran máquina de educación del género humano»56. Su reflexión está motivada por Fogazzaro, quien compuso El Santo, «la obra simbólica del modernismo italiano», en expresión suya. Pietro Maironi, el protagonista de esta novela, es un alma acongojada de misticismo, esponja empapada de caridad, que ha reanimado algunas cenizas del hogar espiritual de Ortega, aunque sin esperanza de llegar a dar fuego. No obstante esta confesión suya por la que se declara incapaz de romper las mallas de su alma laica, Ortega protesta contra aquel amigo suyo que se gloriaba de haber nacido sin prejuicio reli­ gioso alguno, en estos términos: «Yo no concibo que ningún hom­ bre, el cual aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renun­ ciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí, al menos, me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación de este mundo. Porque hay un sentido religioso, como hay un sentido e sté tic o ...» 57. 55. La forma como método histórico, en O. C., III, 518. 56. Sobre "El Santo”, en O. C., I, 432. Esta obra de Fogazzaro fue puesta en el Index el 5 de abril de 1906. 51. O. c., 431.

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