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156 E. RIVERA griego es una cúspide, y de las sumas, en la historia del pensamiento. Que Cervantes es lo más egregio que ha brotado en el amplio solar hispano. De esto puede deducir el lector lo que piensa de San Fran­ cisco respecto de ese valor supremo al que llamamos santidad. Un pasmo parecido provoca Ortega en otro pasaje que se halla en el conocido estudio en que expone de modo sintético por primera vez en España la teoría de los valores. Subraya en el mismo que es en extremo interesante estudiar desde este punto de vista las grandes figuras cuya obra ha sido la genial invención de nuevos valores. Pone en línea a varios nombres. Citamos los tres primeros de la lista: Buda, Cristo, San Francisco de A s í s ...44. Estos dos textos muestran evidentemente la alta estima cultural que este filósofo tenía de San Francisco, al proponérnoslo entre las máximas figuras de la historia. Hasta suscitar alguna repulsa en el alma cristiana por hallar en la misma línea al que ella llama reverentemente Verbo de Dios con el humilde verbo de San Francisco de Asís. Desde una visión más particularizada hallamos ciertos momentos de nuestra cultura de Occidente que Ortega encuentra representados en San Francisco. Un primer momento es el platonismo, tan traído y llevado en nuestros avatares literarios. Es innegable que éste parece tener gran semejanza con la espiritualidad franciscana, sobre todo con el peculiar matiz que le dio el neoplatonismo. Si Nietzsche se atrevió a afirmar que el Cristianismo es un platonismo puesto a la altura y servicio de las masas, ¿no valdrá esto primariamente del franciscanismo? ¿No se dice y se escribe que los grandes doctores de esta orden y sus maestros espirituales rezuman doctrina platónica y neoplatónica? Y, sin embar­ go, Ortega, sin negar indudables concomitancias entre platonismo y franciscanismo, busca en San Francisco un punto de apoyo para recha­ zar ese idealismo europeo, que, en línea con el viejo platonismo, ha pretendido ocultar ese evidente hecho de nuestra continuidad con la carne. El hombre mediterráneo, afirma Ortega, está más cerca del cuerpo que el idealismo nórdico. Y en confirmación de este aserto, recuerda que Francisco de Asís habla con él llamándolo: «hermano cuerpo» 45. De aquí toma pie para una reflexión, que parece un comen­ tario al Verbo hecho carne: «No hay duda — escribe— , que esta com- 44. Introducción a una estimativa. ¿Qué son los valores?, en O. C., VI, 337. 45. V italidadalm a, espíritu, en O. C., II, 454.

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