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138 E. RIVERA siempre lo pondera, aun en el caso de que no concuerden en el dicta men crítico l. En su franciscanismo pudiéramos distinguir un doble aspecto: el vital-afectivo y el cultural. Sobre el primero basta esta acotación a su mejor biógrafo, E. Sánchez Reyes, quien, al describirnos los últimos momentos del sabio, escribe: «Sus deseos fueron ir vestido a la tum ba con el sayal y el cordón de Poverello de Asís, del que siempre fue gran d evo to»2. Grato es recordar esta vivencia afectiva del maestro por San Francisco. Pero en esta ocasión, como es obvio, interesa pri mordialmente una reflexión sobre el segundo aspecto: el cultural. Ya en su obra juvenil, de mucha madurez mental, Historia de los Heterodoxos Españoles, le sale al paso San Francisco con motivo de la impugnación de los albigenses y valdenses por parte de la Iglesia, lo que motiva, según él, dos instituciones: los frailes mendicantes y la Inquisición. Sobre este ambiente de herejía que rodea la vida y la obra de San Francisco, escribe Menéndez Pelayo: «El estandarte comunista, levantado por los Pobres de León ( sic , por Lyon, como escribimos hoy), indicaba un malestar social, casi un conflicto. Y el conflicto fue resuelto por los franciscanos, que inculcaron la caridad y la pobreza evangélica, no el odio a los ricos, ni el precepto de la pobreza... Con el amor, y no con el odio, podía atenuarse la desigualdad social» 3. Sin embargo, esta vertiente cultural heterodoxa que rodea la vida y la obra de San Francisco la creemos algo marginal al franciscanismo de Menéndez Pelayo. Este se explaya sobre todo en el estudio de tres vertientes culturales del franciscanismo: la estética, la mística y el pensamiento filosófico-teológico. Por lo que toca a la estética este gran maestro de la crítica literaria en España no duda en afirmar que la inspiración que centelleaba y 1. Baste recoger este ponderado juicio de Dámaso Alonso en un momento en que difiere del maestro: «No hay un hombre genial —y Menéndez Pelayo auténticamente lo fue— sin grandes incomprensiones y vacíos. La ceguedad para Góngora no es más que una, entre una larga serie de '"ceguedades” de nuestro máximo crítico» (Poesía española, Madrid 1950, 327). 2. Don Marcelino. Biografía del último de nuestros humanistas , Santander 1956, 313. 3. Historia de los H eterodoxos españoles, II (Ed. Nac., t. 36), Santander 1947, 210.
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