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SAN FRANCISCO, DESDE LA HISTORIA. 153 Estas reflexiones de Unamuno están muy en conformidad con lo que se ha juzgado tema central de su filosofía: el anhelo de inmortali dad 37. Por lo que atañe a San Francisco, la cronología de su vida explica este anhelo en sentido diverso a como lo interpreta Unamuno. Es cierto que Francisco suspiró un día por la gloria. Su sueño del castillo con armas para la batalla y con la dama en su centro, le acució durante su juventud. Pero la cronología de los cambios de su con ciencia nos dice que sólo en los años del entusiasmo juvenil le fascinó la gloria humana. Más tarde dirá con el Apóstol: «No tengo por qué gloriarme más que en la cruz de mi Señor Jesucristo». Es esto lo que ignoró u olvidó M. de Unamuno. En su anhelo de gloria, Francisco trasparenta un alma caballeresca, pero muy ladeada hacia la vanagloria mundana. De todo ello dirá en su testamento espiritual: «Y cuando yo me hallaba envuelto en pecados...». De seguro que el mayor pecado de Francisco — /hasta dónde lo fu e?— consistió en aquella vanagloria que entonces conceptuaba una virtud. Declina, por lo mismo, el pen samiento de Unamuno a una interpretación inaceptable de San Fran cisco, por juzgar algo inherente a su espíritu lo que fue mera situación juvenil, muy explicable en aquellos días de glorias caballerescas. No podemos, sin embargo, dejar de recoger el homenaje que Una muno, este hombre de íntegra castidad conyugal, tributa a la relación virginal de Francisco y Clara. Cuando tantos atrevimientos en el cine, y fuera de él, han profanado este idilio santo, place recopiar el testi monio de Unamuno, cuando escribe: «Hasta en el más puro orden espiritual y sin sombra de malicia alguna, suele buscar el hombre apo yo en mujer, como Francisco en Clara» 38. Este atestado es un nimbo celeste que coloca este padre de familia sobre Francisco y Clara, a quienes incontable progenie espiritual da los dulces nombres de Pa dre y Madre, tildados con el emblema de «seráficos». Sobre la tumba de Unamuno se lee esta inscripción tomada del comentario que él mismo hizo al salmo III: «Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar...». 37. M. O r o m i , El pensamiento filosòfico de Miguel de Unamuno, Madrid 1943; F. M eyer , Lontologie de Miguel de Unamuno, Paris 1955. 38. Vida de Don Quijote y Sancho, en O. C., I li, 98.
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