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152 E. RIVERA Una vez más nos parece que dos almas, opuestas en su vivir, son idénticas en su íntima aspiración a la paz. San Francisco vive y siente la paz; M. de Unamuno vive la guerra pero suspira por la paz. Paz en la guerra, busca el segundo en medio de los mil recovecos de la existencia; Paz sin guerra es la vida del primero en su inmaculada sencillez. Estas reflexiones nos han mostrado el sentimiento trágico de Una­ muno en contraste y comunión con el sentimiento pacífico de San Francisco. Creemos que lo dicho es lo más sustantivo del pensamiento de Unamuno sobre el tema franciscano. Pero nos ha dejado otras intui­ ciones que interesa recoger. Nos vamos a referir con brevedad sola­ mente a una, que brota de lo más entrañable de su pensamiento: el anhelo de inmortalidad. Para este su anhelo de inmortalidad, Unamuno cree hallar un re­ frendo en San Francisco. Como es sabido, piensa que son tres los caminos para satisfacer este anhelo: la pervivencia en los hijos de la carne, la gloria del renombre en la historia y la inmortalidad eterna en el seno de Dios. El primero, advierte, es el más común y trillado. Por él van la mayoría. El tercero es una suma aspiración del corazón, que no halla apoyo en la fría razón, que declara destituido de funda­ mento el más allá. De aquí esa lucha agónica de que hemos hablado y que constituye la esencia del sentimiento trágico de la vida. Es esa «paz en la guerra» que San Francisco supo trocar en «paz sin guerra», según le ha contemplado con añoranza Unamuno. Pero, es que también en el segundo camino Unamuno cree encon­ trarse con San Francisco. ¿Tuvo éste la ilusión de inmortalizarse en la gloria de la historia? Unamuno piensa que sí. Y reiteradamente recuerda que el santo se sintió acuciado por ese deseo de vivir en la memoria de los humanos con su gesto y sus hazañas. «H asta de aquel santo varón — escribe— , el más desprendido, al parecer, de vanidad terrena, del Pobrecito de Asís, cuentan los Tres Socios que dijo: Adhuc adorabor per totum mundum! ( ¡Veréis cómo soy adorado aun por todo el mundo! ) (2 Celano 1, l ) » 35. En un momento de radica- lización del tema llega a afirmar que esta flaqueza humana de vanidad terrena no perdonó «ni al mismísimo San Francisco de A sís» 36. 35. Del sentimiento trágico de la vida, en O. C., VII, 140; Vida de Don Quijote y Sancho, en O. C., III, 157. 36. Sobre la tumba de Costa, en O. C., III, 949.

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