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150 E. RIVERA Qué sentido latréutico da en este pasaje Unamuno a todo el cos­ mos con lenguaje franciscano. Los laudes de las creaturas, perenne oficio divino en los cielos, ya se inician en las tierras de Mallorca con la liturgia franciscana del Himno del Hermano Sol. Pero de los lugares, por muy evocadores que ellos sean, es nece­ sario ascender al pensar de la conciencia. Es en ella donde se deciden los avatares del espíritu. Pues bien; en el pensar de Unamuno adver­ timos al instante un intento de interpretar la espiritualidad italiana desde San Francisco. Ve en él al más italiano de los santos de Italia, por juzgar que es quien mejor interpreta la espiritualidad de ese pue­ blo. Como nota peculiar de esa espiritualidad afirma que, frente a otras más duras y exigentes, la de San Francisco es tierna y compa­ siva. En una perspectiva histórica del advenimiento de la misma, pien­ sa Unamuno que la florescencia religiosa en Italia siguió a la renova­ ción comunal de los siglos x al xn , brotando de la masa popular entre sueños apocalípticos de un reino del Espíritu Santo, nuevo Evangelio Eterno. «Su flor, escribe textualmente, fue el pobrecito de Asís... No se mete en su alma, sino que se derrama fuera, amando con ter­ nura a la Naturaleza, hermana de la Humanidad. Canta a las creaturas, y su Dios quiere misericordia más que sacrificio. Al solitario, mona- chum, monje, sustituye al hermano, fratellum, el fraile... Su religión es del corazón y de piedad humana. El símbolo religioso italiano son los estigmas de San Francisco, señales de crucifixión por redimir a sus prójimos» 33. Este juicio sintético lo enmarca Unamuno en agudo contraste entre la espiritualidad española y la italiana. Lo escribe en un momento de crítica dura al casticismo español, aun al místico. Las agudas aristas de esta crítica, que hemos silenciado por excesiva y fuera de tema, ponen más en relieve su visión de San Francisco, tan evangélico, tan frater­ nal, tan humano. No como él, en busca de paz en la guerra, sino lleno del supremo goce de la paz mística de quien está llagado por redimir a su prójimo. La caracterización de San Francisco, paz sin guerra, alcanza en Unamuno su momento cumbre de plena placidez en un pequeño ensa­ yo que viene a ser un idilio en prosa. Le da un título insignificante, al parecer, pero se hallaba condicionado por su historia literaria: El p erfecto pescador de caña. Su historia literaria, en breve, es la siguien- 33. En torno al casticismo, en O. C., I, 828, 835, 845-846, 851.

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