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SAN FRANCISCO, DESDE LA HISTORIA. 149 Pero una porción de su alma se le va a regustar la paz sin guerra en la beatífica tranquilidad de su salmantino campo de San Francisco. De París nos trasladamos ahora a Santiago de Compostela. Sabido es que San Francisco acudió como un peregrino más a la ciudad del Apóstol. Su recuerdo perdura allí, recogido piadosamente por sus hijos, los franciscanos, que desde la fundación, iniciada por el mismo San Francisco, han continuado la labor benéfica de su Santo Fundador. También M. de Unamuno acudió a ver la ciudad compostelana. Lo de romero no le iba. Pensamos que era más bien el aspecto cultural lo que le interesaba. Tan es así que lamenta el que esté por escribir la historia de la influencia que esas romerías tuvieron en el desarrollo cultural de España, en literatura y arte y hasta en su historia política. Pero nada de esto motiva el que recordemos el viaje de Unamuno a la ciudad del Apóstol. Son las sobrias líneas que dedica a lo francis­ cano de la ciudad. Dice así: «Y desnudo y sencillo como vivió el pobrecito de Asís, se alza también el templo de San Francisco». Deja­ mos sin comentario este «desnudo y sencillo» recuerdo. No lo nece­ sita 29. De Santiago de Compostela nos lleva Unamuno a la «isla dorada», Mallorca. Tan impregnada la siente de franciscanismo que tanto la naturaleza como las monjas, que hablan con los ángeles del cielo, ingenuas payesas de la casta de aquella Catalina Tomás, le parecen franciscanas. «Mallorca — escribe Unamuno— , está llena de estas mon­ jas de una orden diocesana, isleña y aislada, dicen por decir algo que franciscana; pero dicen bien, porque da la más profunda impresión de franciscanismo». Termina su descripción con este juicio en que afir­ ma que «el cristianismo mallorquín y franciscano, campesino, tiene a la vez algo del encendido orientalismo de Ramón Llull» 30. De este excepcional personaje dice lo que nadie se ha atrevido a decir: Que es un loco de Dios, especie de cigarra espiritual, ebria del son de las almas. Que canta estremecido. Que la larga oración de sus obras místicas son rosario de aspiraciones31. Todo concluye en aquella isla, remanso de quietud para las almas delicadas, en un: «G loria in excelsis D e o ...» , seguido de un «Gratias agimus tib i...». Allí hay que dar gracias a Dios por su obra, sin pedirle nada más 32. 29. Andanzas y visiones españolas. Santiago de Compostela, en O. C., I, 380. 30. Andanzas y visiones españolas. En la isla dorada, en O. C., I, 456-457. 31. O. c., 463-464. 32. O. c., 464.

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