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148 E. RIVERA de bernardos, al compás de la tranquilidad de unas ruinas que evocan misterios de paz, Unamuno no halla fórmula más ponderativa que recordar aquel siglo xm , impregnado del buen olor franciscano. Lo que irradia entre aquellas ruinas el humilde Francisco es ser el símbo­ lo de esa paz mística de la que gozaban incontables almas en el si­ glo x i ii , «síntesis de la Edad Media, mocedad del Cristianismo» según nos dice el mismo Unamuno27. Nos trasladamos con él de Salamanca a París, en 1924, año de su voluntario destierro después de los meses del forzoso en la isla de Fuerteventura, donde le confinó el dictador Primo de Rivera. En me­ dio del alboroto parisiense, «junto a su jaula de pensión», en su len­ guaje, tiene un parque chiquitín y recogido. A él baja cuando quiere heñir su morriña o amasar su nostalgia. Y, ¿qué evoca? Dejémosle que él nos lo diga en palabras de intimidad: «Allí, sin tener que cerrar los ojos, sueño y reveo aquel Campo de San Francisco, de mi Sala­ manca, donde tantos ensueños he brizado, donde tantos porvenires he soñado...». Y sigue en su evocación: «Allí, en aquel bendito Cam­ po de San Francisco, campo franciscano, en aquel rincón de remanso, donde he oído tantas veces el rumor de las aguas eternas...». Culmina su recuerdo con estas líneas cargadas de emoción: «Y en este fin del otoño de mi vida, cuando siento ya el aire del blanco invierno, en este fin del otoño de mi vida, ¡cómo te aprieto contra el corazón en este parquecito parisiense, franciscano Campo de San Francisco de mi dorada Salamanca» 28. Este misterio de la nostalgia humana, pena por la ausencia de algo que se halla muy presente, tan hondamente sentido por Unamuno en su destierro de París, está impregnado en esta ocasión por un sentido localista: por el remanso y quietud del campo de San Fran­ cisco de Salamanca, vivido en comunión con el Santo que le honra con su nombre. Tal vez el que estas líneas se escriban a unos metros de lugar tan delicioso puede motivar el que reflejen algo de la emo­ ción tan humana y tan sincera de aquel luchador impenitente, incapaz de dar sosiego a su vivir, que le lanzaba hasta el confinamiento y el destierro. Sigue, por tanto, la Paz en la guerra en M. de Unamuno. 27. Andanzas y visiones españolas. Recuerdo de la Granja de Moreruela, en O. C., I, 347-349. 28. De Fuerteventura a Varis, 1924. Salamanca en París, en O. C., I, 567-569.

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