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146 E. RIVERA Hemos recordado esta novela y su trasfondo histórico porque en ella vemos reflejada, no sólo la tranquila vida de un pueblo en medio de los bravios sucesos de la guerra, sino también el alma del mismo Unamuno, siempre en busca de un sedante remanso de paz en medio de las vicisitudes de su vida íntima. Es esta guerra íntima de Unamuno la que nos interesa aquí. Y para sentirla en toda su hondura, basta con abrir un capítulo central de su obra más pensada: Del sentimiento trágico de la vida. Lo titula: En el fondo del abismo. Es en el fondo del abismo de la propia con­ ciencia donde «se encuentran la desesperación sentimental y volitiva y el escepticismo racional frente a frente, y se abrazan como hermanos. Y va a ser de este abrazo, un abrazo trágico de donde va a brotar manantial de vida, de una vida seria y terrible». La raíz de esta lucha se halla en que la razón, con su frígido análisis, muestra la invalidez de fundar el sentimiento vital de nuestra esperanza de ser siempre. De lo cual se sigue que ni la razón consuela, ni el consuelo halla mo­ tivación racional. Nuestra razón dice no al corazón que exige que le garantice la esperanza del más allá. La paz entre las dos potencias se hace imposible y hay que vivir de su guerra. Y hacer de esta guerra la condición de nuestra vida espiritual24. Esta introducción nos parece un necesario preámbulo para com­ prender la interpretación que da Unamuno a las vivencias primarias de la vida de San Francisco. La ley del contraste tiene aquí una his­ tórica aplicación. Unamuno juzga que toda vida auténticamente hu­ mana es lucha entre la razón y el sentimiento, entre la lógica y la cardíaca. En B. Pascal ve a un procer de esta lucha, ínsita en todo cristiano, que es constitutivamente un ser « agónico», en el sentido griego del término, es decir, un ser con su existencia en vilo, en ten­ sión, en lucha. De aquí el título muy pensado de una de sus obras principales: La agonía del Cristianismo25. Pero como nunca se añora más la paz que en días de guerra, he aquí que M. de Unamuno, el agónico luchador, el que vive en perenne sed de eternidad, como le califica su comentarista francés, Alain Guy — «la soif d’éternité»— 26, entrevé la existencia añorada de almas en perenne paz. Para él una de esas almas ha sido San Francisco de Asís. 24. Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, en O. C., V II, 107-302. La referencia del texto en la p. 172. 25. O. C., VII, 303-364. 26. Unamuno et la soif d’éternité, Paris 1964.

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