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108 I. MANZANO «mucha luz» y puedan sernos «útiles» los contenidos expresados por el lenguaje de la Fenomenología o de los Filósofos. Por lo demás, no creo que el Dios cristiano y el Dios que actúa, digamos, en cristiano sea un Dios más pobre que el Dios de las Religiones o de la expe­ riencia religiosa general o que el Dios de los Filósofos. Por esto yo decía que era falso metodológicamente, en todo caso, interpretar la experiencia cristiana del Dios viviente vertiéndola en el lenguaje ya de la Psicología profunda, ya en el lenguaje de la Feno­ menología o en el de lo Filósofos. Pero es falso, no solamente meto­ dológicamente, sino realmente, interpretar la experiencia de Dios de San Francisco con referencia al alma jungiana. En otros términos: el sentido primario, directo y literal del texto del Cántico del Hermano Sol no puede referirse a los contenidos de la Psicología profunda, como si esos contenidos fueran los indicados por el sentido segundo e indirecto del Cántico. Decía antes que no quería entrar a juzgar las creencias personales de Leclerc. Y la razón es porque, creo, el hombre no se identifica con lo que hace o dice. Pero bueno será juzgar sobre lo que dice en este libro para evitar confusiones. Porque es muy ilustrador tanto lo que nos dice sobre Dios como el modo de comprender la experiencia de Dios de San Francisco. Son, por otra parte, dos aspectos solidararios. Preguntémonos pues: ¿Cuál es el Dios de San Francisco para Le­ clerc? ¿E l de la Fenomenología y Filosofía teísta o el de Jung y Freud? Pienso que ambos a dos de una manera confusa, para que no haya pegas 14. 14. Esta «tornure» o vuelta por abandono del «Trascendente» como lo totalmente otro e inaccesible de la Fenomenología por su sustituto en la «psiché» sin verdadera trascendencia, pero como punto de reconciliación del hombre con­ sigo mismo y de reconciliación con el «cosmos», la encuentro, una y otra vez, expresada en lenguajes diversos, en la obra de Leclerc. Y la encuentro, no sólo con respecto a Dios, sino que la encuentro incluso con respecto al «sol», por ejemplo. No sabe uno si se trata del «sol» real al que diversas religiones carga­ ron de significado religioso o sacro o a un «sol», interno en el alma semejante a la luz del ciego en su diálogo con el ateo en los versos populares: entre un ciego y un ateo se trabó conversación y aunque el ciego no veía la luz del sol que en él estaba... De todos modos, si el Trascendente es tan absolutamente trascendente, nada extraño que no valvamos a algún sustituto, encontrado en el alma o en las cosas.

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