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120 I. MANZANO Dios con toque de sustancia y en las criaturas con toque creativo. Esta experiencia le arrebata. Y, arrebatándole, no le queda otra salida hacia fuera que alzarse en un Cántico de Alabanza de Dios y de su obra sencilla: el sol, la luna, etc. Su situación, pues, es situación de cántico de «magníficat»: grande es Dios y grande creando sus obras. Estas son las claves o la clave única en dos direcciones para inter pretar el Cántico de Francisco. Es la experiencia de la que ha nacido el Cántico, experiencia con relación y con referencia a la cual ha de ser interpretado este maravilloso cántico de «magníficat». Toda recurrencia para interpretarle a «experiencias» religiosas en general o a experiencias de contenidos claramente laicos, es una desfi guración de lo originario y un empobrecimiento, banalización y trivia- lización de la experiencia estrictamente cristiana de Francisco. En el fondo, es un verter en un lenguaje, impropio y alejado, algo que es «real y físico»: la experiencia que tiene de Dios el hombre Santo. Esto es todo 37. II.—EL MOVIMIENTO DEL ESPIRITU EN EL CANTICO DEL HERMANO SOL Y EN OTROS ESCRITOS DE SAN FRANCISCO Ya dije que las presentes notas y reflexiones surgieron cual res puesta al choque suscitado en mí por la lectura del libro de Eloy Leclerc sobre el Cántico de las Criaturas. En un principio, mi trabajo hubiera terminado con la designación de la experiencia fundamental de Francisco acerca de Dios y de Dios Creador de las cosas. Para hacer 37. La obra de Leclerc ha recibido cálida acogida entre los estudiosos del Cántico. Solsona lo enjuicia así: «E l resultado ha sido una interpretación del Cántico extraordinariamente luminosa, continuamente sorpresiva, siempre estimu lante, sugestiva, llena de aciertos» (Cf. Selec. Franc., 24). Bajetto, por su parte, lo enjuicia así: «El libro del P. Leclerc, a pesar de las repeticiones, está sólida mente construido, es rico en perspectivas nuevas y en sensibilidad poética y reli giosa, y ha de contarse entre los comentarios más densos y sugestivos del Cán tico» (En Selec. Franc., 213). Leclerc, así alabado, no ha querido introducir más elementos en la interpretación del Cántico y vuelve a repetir los mismos pensa mientos con los defectos que yo he señalado, en los sendos artículos que publica en este número de Selecciones (Uno es traducción del capítulo 13 de la obra que comentamos). Por lo visto, el autor ha publicado otro libro, divulgación de lo adquirido en éste: Le Chant des Sources, Paris, Ed. Franciscaines 1976. En Selec. Franc. (p. 224), el P. José María Beltrán le hace una recensión laudatoria. Lo menos que se puede decir de los juicios consignados de la obra de Leclerc, es que son "inconscientes” .
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