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116 I. MANZANO profundidad inmensa en su escueta simplicidad. Veámoslo inmediata­ mente en el modo de comprender Francisco y Jung eso del «mal». ¿Qué es, pues, «mal» en San Francisco? Porque para Jung está claro: Hay «Schatten», oscuridades en el hombre y en el mundo com­ prendido como «Weltseele», oscuridades y rupturas internas que el hombre puede vivir en «lebendige Symbole», en símbolos vivientes, como sería la conciencia de culpa o el sentimiento de culpabilidad; símbolos que, para dejarlos ineficaces, el hombre proyecta después en figuras externas, tales como el «diablo», etc. En una palabra, el mundo de Jung y que asume el autor francés es una versión moderna del mundo cátaro. ¿Qué es el «mal» para Francisco?, nos hemos preguntado. Desde su visión «creacionista» del mundo, de la realidad mundana, resulta que no hay ninguna realidad que pueda ser considerada «mala». Para Francisco no hay entes malos. Hay entes que pueden obrar y hacer el mal. El «mal», pues, es una magnitud ética y religiosa que se inscribe y tiene su lugar en el «hacer». Ese, el hacer, es el lugar de constitu­ ción o en el que se constituye el mal. Concepción del mal, por lo que se ve, muy anticátara y antijungiana. Para Francisco hay entes que pueden hacer el mal; tales son el diablo y el hombre. Ninguno de los otros entes de la creación: sol, luna, tierra, etc., pueden hacer mal. El mal se constituye, pues, en el hacer mal del hombre o del diablo. Sólo el hombre y el diablo son entes que pueden ser «malos hacedores». Basta analizar la enseñanza de Francisco expuesta en las «Admoniciones» 5 y 10 para convencerse de ello. De aquí la afirmación de Francisco: «nada disguste al siervo de Dios fuera del pecado» 29. ¿En qué consiste este hacer que es malo? En que es «malo», por supuesto, de frente a Dios; esto es, el «mal» para Francisco tiene una connotación necesaria y una referencia a Dios. Lo que significa que el «mal» es de carácter religioso, a saber, «pecado». Pues bien, lo que califica y hace que el «hacer» sea malo es la «apropiación». Una «apropiación» mediante la cual el hombre se constituye en origen del bien o de los bienes, ya naturales ya espirituales ya sobrenaturales, desplazando y sustituyendo a Dios que es la fuente y el origen de todo bien. Una «apropiación» que conlleva una no restitución de los bienes a Dios. En el fondo, es negarse a perseguir el dinamismo interno de 29. Adm, 11: 81.

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