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48 MIGUEL G. ESTRADA una regañina y mandarle, lo que por lo demás parecería bastante lógi­ co, volver al hogar paterno que había abandonado? Era una posibili­ dad bastante razonable, tal como nosotros vemos las cosas. Pero por la mente de San Francisco no debió cruzar esa posibilidad, tal como vemos que se comportó en aquellas momentos. El Santo, cuando se dirige a entrevistarse con el obispo que le ha citado, está seguro, con una certeza nacida en la presencia de Dios, de que su carisma, su modo de vida pobrísima, no es discutible; él está en la razón. Y su obispo, que teóricamente se podría oponer, lo único que debe hacer en la práctica es salir a favor suyo. Más allá de la descripción, tal como se lee en las primeras fuentes franciscanas — sobre todo en Tomás de Celano— , aparece el convencimiento de San Francisco, un conven­ cimiento firme y decidido. No obstante, no podemos decir que haya nada de violento en ese encuentro primero entre el carisma franciscano y la jerarquía eclesiás­ tica a nivel de obispo. Más bien, así opinan los primeros escritores y franciscanos, las cosas se desarrollaron con naturalidad y hasta con algún aire de amistad. Y eso que San Francisco no facilitó^mucho el carácter amistoso del encuentro, ni se preocupó en lo más mínimo de detalles más o menos diplomáticos. Cierto que, como ya hemos dicho, para él su obispo era «padre y señor de las almas» 10. Pero desde el primer momento de la entrevista se comporta como dueño de la situa­ ción, dejando a su obispo en el poco airoso papel de espectador. Y, desde luego, no adopta ninguna postura servil. El obispo Guido, por el contrario, se muestra no sólo educado y diplomático, lo cual sería normal en un hombre de su cargo, sino también positivamente aco­ gedor. Guido recibe al santo exhortándole a tener en cuenta los deseos del padre airado, «cuyo furor se aplacará luego que los reciba (el dinero)». Cuando el encuentro termina, el obispo Guido está totalmen­ te ganado: «Comprendió claramente que se trataba de un designio divino y que los hechos del varón de Dios que habían presenciado sus ojos encerraban un misterio. Estas son las razones por que en adelante será su protector. Y, animándolo y confortándolo, lo abrazó con entrañas de caridad» 11. Así fue la reacción del obispo Guido, y así el comportamiento de San Francisco, lleno de decisión que no implica irreverencia. 10 . Espejo de perfecciónt 10 . 11. T omás de C elano , Vida primera, 15.

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