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SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 47 Ya al inicio de su conversión se relaciona San Francisco con el obispo Guido. Y no podemos decir que se asuste o amilane mucho ante él; ni parece que le preocupen gran cosa las ideas que el obispo, su obispo, pueda tener o dejar de tener sobre su vida. San Francisco, que según las palabras que usa en la escena que vamos a recordar, reconoce y admite el magisterio y la autoridad de su prelado, parte claramente de que él, Francisco, está en lo justo y verdadero. Y bien; la escena a la que nos referimos es aquélla cuando el obispo Guido, ante las quejas airadas de Pietro Bernardone — padre de San Francisco— , cita al santo para que devuelva a aquél el dinero que se llevó de la casa paterna. E l gesto con el que replicó San Fran­ cisco a la llamada es sumamente expresivo. Tomás de Celano escri­ be así: «Una vez en la presencia del obispo, no sufre demora ni vacila por nada; más bien, sin esperar palabra ni decirla, inmediatamente, quitándose y tirando todos sus vestidos, se los restituye al padre» 9. O sea, que San Francisco es, desde el primer momento, dueño de la situación y se conduce como convencido de que no tiene que espe­ rar órdenes o consejos de nadie; él sabe muy bien lo que tiene que hacer. San Francisco que se conduce en tono desenfadado — y según una catalogación mundana hasta frívolo— , termina la entrevista con el obispo confirmado en su propósito, y decidido más que nunca a seguir por el camino pobre y carismàtico que había emprendido. San Francisco se comporta en la entrevista como teniendo ya de antemano la razón. En ningún momento se remite al juicio del obispo sobre la bondad de lo que está haciendo, cuando lo cierto es que el obispo podía muy bien poner en tela de juicio aquella vida desamparada del santo y hasta prohibirle el continuarla, al menos en su diócesis. San Francisco había pensado las cosas en largas horas de reflexión ante el Cristo pobre y crucificado de San Damián, y se había decidido conscientemente por aquel camino duro, lleno de inseguridades y de exigencias difíciles de entender con criterios exclusivamente terrenos. Pero el obispo era el que tenía la última palabra — sobre todo tenien­ do en cuenta cómo se entendía entonces la autoridad en la Iglesia— , en la forma de vida cristiana de sus diocesanos. San Francisco, enton­ ces, parece que debería sentir temor ante la llamada de su obispo. Pero no aparece nada de eso. ¿Que el obispo Guido puede echarle 9 . Vida primera, 15.

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