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es ser el último y entiende que para conseguirlo, entre otros medios posibles, debe usar éste: rehuir ser jerarquía en la Iglesia. 3. D e s e n c a n t o d e S a n F r a n c i s c o a n t e l a JERARQUÍA ECLESIÁSTICA No quisiera recargar las tintas en este sentido, como lo ha hecho toda una literatura franciscanista de filiación más o menos protestante. Para ellos, para esos pseudofranciscanistas, el shock que sufrió San Francisco ante la autoridad de la Iglesia — ante los representantes de esa autoridad— le dejó traumatizado y resentido para siempre; nunca más, según ellos, volvió a fiarse de la jerarquía. Naturalmente que todo eso es fantasía pura que no resiste el análisis más superficial. Desde la vida de San Francisco no cabe concluir al resentimiento, y, menos aun, al odio frente a la jerarquía de la Iglesia. Lo cierto es que San Francisco, respetando y amando sinceramente a las autoridades de la Iglesia, se hizo con el tiempo muy realista en ese respeto y amor. Conoció desde niño al obispo Guido, con sus fallos tan llama­ tivos y tan comentados por las callejuelas de Asís, pero, sobre todo, conoció luego a la Curia Romana y sus manejos; conoció profunda­ mente a su amigo el cardenal Hugolino, tan recto, tan político y tan reticente frente a determinados postulados del carisma franciscano; conoció muy de cerca a la autoridad eclesiástica en todas sus rami­ ficaciones. E indudablemente ese conocimiento cercano desinfló sus primeros entusiasmos frente a la misma jerarquía. No que San Fran­ cisco dejase alguna vez de apreciar y respetar a esa jerarquía, o que no reconociese sus grandes virtudes y su entrega al bien de la Iglesia. Pero resulta forzoso afirmar, siendo objetivos, que aquella visión de la jerarquía y de la autoridad tal como se ejercía concretamente, con sus limitaciones humanas y, sobre todo, aquel forcejeo duro por sacar adelante su carisma frente a las dificultades de los obispos y los carde­ nales, e incluso del papa, afectó profundamente a San Francisco. Y ciertamente debió engendrar en él — esto aparece al final de su vida bastante claro— un cierto desencanto. Me parece, por lo demás, que leyendo el capítulo precedente de este trabajo se comprende fácil­ mente que San Francisco evolucionara en este sentido frente a la jerarquía de la Iglesia. Pero concretemos algo más el porqué de ese desencanto. ¿Por qué San Francisco padeció una innegable desilusión ante la jerarquía de SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 97 7

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