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96 MIGUEL G. ESTRADA San Francisco reconoce teórica y prácticamente a la jerarquía de la Iglesia, acude a ella cuando realmente lo necesita o tiene obligación de hacerlo, y se somete a su juicio definitivo en los momentos claves de su vida. 2 . S an F r a n c is c o rehu ye se r jer arqu ía e c l e s iá s t ic a Ya queda dicho que San Francisco respeta y acepta a la jerarquía eclesiástica. Más aún; para San Francisco la jerarquía de la Iglesia es sacramento a través del cual nos llega la salvación del mismo Jesu­ cristo. Pero todo eso no le ciega tanto al santo como para no ver los fallos de esa autoridad, o para querer un papel protagonista dentro de esa misma autoridad para sí o para los suyos. Acontece más bien lo contrario. San Francisco de Asís contempla a la autoridad como es en sí, y llega a la conclusión de que su carisma personal no encaja en los moldes de aquélla. Ser franciscano y jerarquía en la Iglesia son conceptos que, de buenas a primeras, se repelen, que no casan entre sí. Y lógicamente —con su manera de pensar tenía que llegar a esta conclusión— se distancia prudencialmente de la autoridad. Lo hace —ese distanciamiento— hasta en un plano material, en cuanto que rehuye el trato frecuente con los que son jerarquía en la Iglesia. Pero, sobre todo, lo hace en un plano jurídico y espiritual. San Francisco prohíbe a sus frailes admitir cargos, puestos de autoridad en la Iglesia. Sobre esto el santo es tajante y se mantiene firme en su negativa a pesar de todas las presiones a que se ve sometido para que modifique su criterio. Y es que a la base de este problema está aquel principio, decisivo ya en el carisma franciscano, que es la minoridad. Los frailes menores o son «menores» o no son nada. Pero San Francisco entiende que, si quiere salvar esa minoridad para sí y para los suyos, debe rechazar cualquier elemento de autoridad y, consecuente con esa mane­ ra de pensar, no admite la posesión de autoridad por su Orden en cualquiera de sus manifestaciones. No se trata de una minusvaloriza­ ción de la jerarquía eclesiástica, lo cual hubiera supuesto orgullo o insensatez. Tampoco se trata, mucho menos, de un desprecio positivo de esa jerarquía, lo que hubiera implicado un pecado. Pero San Fran­ cisco, a pesar de su respeto y positivo aprecio por la autoridad y los que la ostentan, rehuye entrar a formar parte de ella y hasta, como hemos indicado ya, quiere poco trato con los que son autoridad. Y es que el Santo de Asís considera que su carisma dentro de la Iglesia

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