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cabe andar en la Iglesia si ella misma no señala o acepta el camino a seguir. Por eso apenas comienza a caminar, a nivel personal o a nivel de grupo, San Francisco se preocupa de acudir al obispo de Asís o a la Santa Sede, según los casos lo exijan. Nada de ocultarse. Ni piensa San Francisco, mucho menos aun, en organizar una Insti­ tución en oposición o en lucha abierta con la institución jerárquica de la Iglesia. El Santo de Asís acepta con naturalidad, como una exigen­ cia querida por Dios, la presencia de la jerarquía eclesiástica, la pre­ sencia de una jerarquía en la Iglesia a la que él tiene que presentar sus proyectos. Y cuando llega el momento, da los pasos necesarios para ir a ella, para llegar hasta esa jerarquía. Sus relaciones, reales aunque espaciadas, con los obispos de Asís o Imola, con los carde­ nales, con los papas, mas sus mandatos y recomendaciones, son prueba inequívoca de esa aceptación rendida ante el papel discernidor y me­ diador de la jerarquía de la Iglesia. Por lo demás, aquel aspecto definitorio del carisma franciscano que es la minoridad, exige —y esta sería una razón de mucho peso— esa aceptación rendida de la jerarquía eclesiástica. No se concibe a un «menor», a un cristiano que por vocación se coloque en último lugar en la lista de los creyentes, adoptando actitudes levantiscas. Más bien, lo que piden las cosas es lo contrario, es decir, que el «menor» natu­ ralmente admita el liderazgo y el caudillaje del mayor, del primero. Y eso es lo que sucede aquí. Por exigencias de su minoridad es por lo que San Francisco admite la existencia de la jerarquía y se somete a la misma; no sólo por eso, pero también y muy principalmente por eso. San Francisco forzado por su minoridad, por su pequeñez espiri­ tual, tiene un interés grande por colocarse a la sombra de la autoridad eclesiástica. Ya en las palabras introductorias de la Regla reconoce San Francisco esa instancia suprema dentro de la autoridad de la Iglesia que es el papa. Y poco antes de morir, en el Testamento, reincide en ese mismo reconocimiento. En ningún momento de su vida piensa San Francisco en aislarse autárquicamente o en fundar una obra acéfala, desconectada de la autoridad eclesiástica. No solamente eso. San Francisco insiste macha­ conamente en la sujeción de la Orden por él fundada a la autoridad legítima de la Iglesia. Al margen de las razones que tuvo San Fran­ cisco de Asís para optar por esa sujeción, y que quedan recordadas y desarrolladas en el capítulo precedente, lo cierto e innegable es el dato: SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 95

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