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SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 93 hasta vos, sino estar ante vuestra puerta y presumir pulsar el taber­ náculo que encierra el poder de los cristianos»71. Así San Francisco. O sea, que el papa Honorio III es alguien le­ jano con quien no se puede hablar, al que el carisma franciscano no tiene por qué tener acceso. Y lo que San Francisco siente ante el papa es «temor y vergüenza». He ahí dos palabras claves, «temor y ver­ güenza», que nos hablan elocuentemente. Cierto que San Francisco se dirigirá personalmente al Santo Padre, que incluso le hablará con una cierta familiaridad, pero uno cree que eso no son sino apariencias o fervores de momento. Aquellos «tres compañeros», que tenían sobra­ dos motivos para conocer los sentimientos de San Francisco y querían reproducir las propias palabras del Santo, hablan de temor y ver­ güenza. A mí me parece que no habrá que ultimar mucho el alcance de esas palabras. Pero también creo que si San Francisco las usa, algún alcance deberán tener. Y por mucho sentido peyorativo que se las quiera quitar, lo cierto es que son la expresión y justificación de una actitud huidiza. No me interesa subrayar las razones que pesan sobre la conciencia de San Francisco, según las apariencias, para que reaccione así ante el papa. Lo cierto es que sus sentimientos revisten esos matices. Y eso nos basta para nuestro propósito. Desde aquí en­ tendemos mejor por qué San Francisco pide al papa un cardenal Pro­ tector, y por qué, a pesar de vivir relativamente cerca de Roma, apenas verá al papa y cuando lo haga será forzado por las circunstancias. Y desde aquí entendemos mejor por qué el carisma franciscano elegirá para imponer su presencia en la Iglesia más que el camino directo de ir al papa el camino indirecto de buscar un protector que actúe en nombre de la Santa Sede. Como un eco de esa actitud huidizafrente al papa citemos una escena que se nos antoja especialmente expresiva a este respecto: «Por el mismo tiempo, a causa de la enfermedad de los ojos, el bienaventurado Francisco vivió junto a la iglesia de San Fabián, situa­ da en las cercanías de la misma ciudad y servida por un sacerdote secular pobre. El señor papa Honorio con otros cardenales residía entonces allí. Muchos de los cardenales y otros de la alta clerecía, llevados por la veneración y devoción que tenían al Santo, iban casi todos los días a visitarle»72. 71. Leyenda de los Tres compañeros, 65. 72. Leyenda de Perusa, 67; cf. también Espejo de perfección, 104.

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