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90 MIGUEL G. ESTRADA de dura y negativa frente al carisma franciscano, se ha cambiado en blanda y tolerante 66. Y ¿San Francisco? ¿También evolucionó San Francisco? Habría que distinguir los dos temas frente a los que podía cambiar el criterio del santo en aquel encuentro con el papa Inocencio III : su carisma personal y la institución papal. Desde luego que San Francisco no cambió de pensamiento sobre la validez de su clave de interpretación evangélica. Ya lo hemos dicho: él había visto claro sobre el giro que debía tomar su vida; «y después que el Señor me dio frailes — escri­ birá más tarde— , ninguno me enseñaba lo que debía hacer; más el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del Santo Evangelio». Y consecuentemente sobre lo que él había visto ante Dios no podía existir cambio de parecer.. Pero una cosa era lo que pen­ saba sobre su carisma y otra, muy distinta, lo que posiblemente ten­ dría que pensar sobre aquél que tenía en su mano permitirle el vivirlo, sobre el papa. Y aquí hubo evolución en San Francisco. Al principio lo vio todo color de rosa. ¿Qué otra cosa podría hacer el papa — al fin, Vicario de Cristo en la tierra— , que aprobar sin más la manera de vivir evangélico-franciscana? Pero cuando se encontró primero con la oposición, y luego con las reticencias de Inocencio I II , San Fran­ cisco tuvo que cambiar de parecer. Lo que San Francisco sintió al ver las reacciones de Inocencio III fue desilusión, una gran desilu­ sión 67. El Santo de Asís había creído que el papa se iba a llenar de alegría al conocer el proyecto de vida evangélica que él le presentaba — por lo menos podía lógicamente suponer que ésa sería la reacción del papa— , pero lo que encontró en Inocencio I II fue educación, por momentos bondad y siempre reservas mentales, unas reservas menta­ les que iban a resultar invencibles. Y San Francisco, al margen de la relativa seguridad que le daba la aprobación verbal con que le des- 66. Sólo desde esta evolución de Inocencio III nos parece cierta la afirma­ ción del Knowles: «E l hombre que en plena actividad política supo reconocer y bendecir a San Francisco, —un desconocido que se presentaba con exigencias radicales y aparentemente no contaba con ningún recurso— , ese hombre no fue sólo perspicaz sino que dio también pruebas de clarividencia espiritual» (Nueva Historia de la Iglesia, t. II, Madrid 1977, 301). 67. Desde aquí ya no resultará tan paradójico el hecho cierto del empeño de San Francisco, según hemos dicho más arriba, por vivir él y hacer vivir a los suyos una sumisión total a la jerarquía de la Iglesia, y su comportamiento prác­ tico rehuyendo, en lo futuro,, el trato con quien encarnaba la suprema jerarquía, en concreto el papa; desde aquí se verá esa actitud explicable.

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