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SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 89 aceptar sin más lo que él veía — el carisma de aquellos pobres de Asís— demasiado etéreo y en las nubes. Por eso interesa llegar a comprender lo mejor posible la evolución de los dos hombres prota­ gonistas de aquel encuentro. Y resulta práctico para ello resumir los diversos momentos psicológicos por los que atravesaron ambos. Hay un primer tiempo en el que la postura de la institución papal — también cardenalicia— , es francamente negativa. ¡No! ; el carisma franciscano no tiene sentido, es — así piensan los curiales más extre­ mistas— la salida un tanto demencial de un hombre imaginativo y poco realista. El papa Inocencio III, en este primer momento, apenas si acierta a disimular su negativa y solamente su larga práctica de hom­ bre de gobierno le permite disimular, escudándose en formulismos de educación, para no interrumpir la conversación con aquel provin­ ciano simple e irrealista de Asís. Al papa Inocencio III no le interesa el carisma franciscano porque no lo entiende, en el primer momento. Y dando por terminada la entrevista espera que aquel hombre le deje en paz. ¡El papa tiene otros asuntos más importantes a los que dedi­ car su tiempo! Así concluye el primer asalto. Y diríamos, siguiendo el símil pugilístico, que apenas si hay combate. El «mínimo y dulce Francisco de Asís» es demasiado mínimo para merecer que el poderoso Inocencio III se fije mucho en él. Pero poco después de verse libre de Francisco, el papa reacciona positivamente: acaso — piensa— no sea tan absurda la idea de aquel pobrecillo de Asís. Además que está la advertencia del cardenal Juan de San Pablo, que no es desdeñable en absoluto. Y luego aquel sueño que le había hecho cavilar. E Ino­ cencio III comienza a enjuiciar de forma más benévola a San Fran­ cisco y sus pretensiones. El papa sufre un cambio psicológico que se podría traducir así: « ¡N o deja de ser bondadoso el pobre aspirante a fraile de Asís! ¡Además que bien pudiera ser el pobrecillo de Asís el fraile misterioso de sus sueños, aquel fraile que había visto en un sueño sosteniendo la iglesia de San Juan de Letrán que amenazaba ruina! ». Y decide adoptar una postura más flexible. No se va a com­ prometer decisivamente — ¡para eso es papa!— pero tolerará de buen grado que siga Francisco con su experiencia de vida pobrísima. Y hasta le animará en su intento. El papa, ahora ya, cuando vuelve San Francisco a su presencia, está mucho mejor dispuesto. Su actitud,

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