PS_NyG_1982v029n001p0041_00990410

Seguramente que Inocencio III no esperaba una pronta y clara manifestación del querer de Dios sobre aquel asunto. Pero los sucesos se iban a precipitar y le iban a demostrar muy pronto que se equivo­ caba. Y es que cuando Dios quiere una cosa de nada valen los subter­ fugios de los hombres. Que es lo que pasó en el tema de la aproba­ ción pontificia de la Regla franciscana, del carisma de San Francisco. La escena que se va a producir ahora, definitiva para que el caris­ ma franciscano se pusiera a andar, está envuelta también en sueños, visiones y simples ocurrencias más o menos llamativas. El papa tiene sueños que, ya despierto, le crean intranquilidades de conciencia por su significado intrigante. La ardiente imaginación de Francisco crea comparaciones — ¿visiones? ¿sueños?— , que se le antojan razona­ mientos plásticos, inspirados directamente por Dios. En los días que siguen a la primera entrevista carisma franciscano-jerarquía papal, el alma de los dos grandes protagonistas, San Francisco y el papa Ino­ cencio III, se siente sacudida por escrúpulos, visiones y sueños que le atormentan. Definitivamente aquel problema de la aprobación de la forma franciscana de vida evangélica debe quedar solucionado para que a ninguno de los dos le robe la paz, para que deje de preocuparles a ambos. Porque lo cierto es que tanto para Inocencio III como para San Francisco estaba convirtiéndose en un problema mortificante de conciencia la hipotética puesta en marcha de la Orden franciscana. San Francisco recogió la exhortación de Inocencio III —«ruega al Señor»— , y se puso inmediatamente a la obra. El Santo y sus compañeros iniciaron una especie de jornadas intensivas de oración. Había que pedir para que Dios hablara de forma muy clara, tan clara que no fuera posible ponerlo en duda, al papa. Y aquella petición de los pobrecillos de Asís fue atendida rápidamente por Dios. Sólo que, según lo que parecía, Dios quería hablar a Inocencio III a través del propio San Francisco. ¿Cómo? De la forma siguiente. Según los bió­ grafos del Santo cuando San Francisco estaba orando, conforme se lo había pedido el papa, «el Señor le habló en espíritu por medio de esta parábola: "Vivía en el desierto una mujer pobrecilla y hermosa: prendado un rey poderoso de su hermosura, quiso tomarla como es­ posa, porque creía que de ella podría tener hijos hermosos. Contraído y consumado el matrimonio, nacieron muchos hijos. Ya adultos, les habló su madre, diciéndoles: 'Hijos míos, no os avergon­ céis, pues sois hijos del rey. Id, pues, a su corte, y él os dará todo lo que necesitéis\ Cuando se presentaron ante el rey, éste quedó cau- SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 85

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz