PS_NyG_1982v029n001p0041_00990410

84 MIGUEL G. ESTRADA Sólo que, además de los pobrecillos llegados de Asís, estaba allí el neoconvertido a la forma de vida franciscana, el cardenal Juan de San Pablo, quien con la confianza que le daba su alto cargo, replicó al papa haciéndole ver lo endeble de la argumentación: «Si rechazamos la demanda de este pobre como cosa del todo nue­ va y en extremo ardua, siendo así que no pide sino la confirmación de la forma de vida evangélica, guardémonos de inferir con ello una injuria al mismo Evangelio de Cristo. Pues si alguno llegase a afirmar que dentro de la observancia de la perfección evangélica o en el deseo de la misma se contiene algo nuevo, irracional o imposible de cumplir, sería convicto de blasfemo contra Cristo, autor del Evangelio» 59. Esta intervención del cardenal Juan de San Pablo debió impre­ sionar a Inocencio III. Por lo menos influyó en atenuar bastante la negativa, aun manteniéndola. Ahora ya no se trataba de rechazar seca­ mente aquella forma de vida propuesta por San Francisco. Desde luego que todavía, y a pesar de la convincente argumentación del cardenal, el papa no veía claro sobre la posibilidad de tal programa de vida; las suspicacias de la suprema jerarquía eclesiástica frente al carisma franciscano no terminaban de disiparse ni muchísimo menos. Y así, y a pesar del apoyo personal y dialéctico de Juan de San Pablo, no se llegó todavía a la aprobación formal del proyecto de vida evangélica franciscana. Hasta aquí, hasta este momento de la entrevista, la deter­ minación del papa Inocencio I II se adivina inquebrantable y clara: no, no habría aprobación pontificia para el carisma franciscano; no lo rechazaría, pero tampoco le iba a dar vía libre sin más. Y optando por una solución media Inocencio I II se remitió a una posible y pos­ terior iluminación de Dios. ¡Cuando Dios se lo manifieste, él, el papa, dirá que sí a San Francisco! A Inocencio III aquella solución, abrir un parántesis a la espera de la palabra iluminadora de Dios, le parecía lo más sensato humana y sobrenaturalmente hablando. Y, de momen­ to, ni San Francisco ni el cardenal Juan de San Pablo tuvieron nada que objetar. E Inocencio I II , despidiendo a San Francisco y remitién­ dole para una posible entrevista posterior, le dio este último consejo: «H ijo, ve y pide a Dios que se digne revelarte si esto que buscáis procede de su voluntad, para que, siendo Nos sabedor del divino beneplácito, accedamos a vuestros d e seo s»60. 59. S. B u e n a v e n t u r a , Leyenda mayor, 3, 9. 60. Leyenda de los Tres Compañeros , 49.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz