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Desde luego vamos a dejar a un lado la anécdota que nos cuenta Mateo París 54. Parece inverosímil del todo y de muy mal gusto. Que San Francisco se colara sigilosamente palacio de Letrán adelante, pue­ de ser tema para un folletín barato o una novela por entregas; que el papa le recibiera con una grosería no parece lo más normal y creí­ ble; que San Francisco se embadurnara con estiércol de cerdo y así volviera ante el papa, rebasa los límites de la simplicidad para entrar en los de la imbecilidad. Esa escena, que sólo cuenta Mateo París por lo demás, es demasiado absurda para ser tomada en serio. Por tanto, dejémosla en lo que es: una invención más, y de muy mal gusto por cierto, de la pseudoliteratura franciscana55. Y pasemos a desarrollar el primer encuentro real entre el carisma franciscano y el papa tal como nos lo describen los primeros escritores franciscanos. Impregnado por aquel sentimiento de esperanza que le diera el sueño llegó San Francisco a Roma. E inmediatamente dio los pasos necesarios para entrevistarse con Inocencio III. Antes de nada buscó un introductor de cierta talla en los medios eclesiásticos cercanos al papa. Y lo encontró pronto ayudado por los buenos oficios de su obispo de Asís, Guido. El introductor que encontró fue el ya citado cardenal Juan de San Pablo. San Francisco, como se ve, fue lo sufi­ cientemente avisado como para no llegarse al papa solo, exclusiva­ mente con su montón de buenos deseos. Ahora bien, ya en otra parte hemos dicho cuál fue la evolución del cardenal Juan de San Pablo, desde una clara oposición al carisma de San Francisco hasta un fervor manifiesto por el mismo. Y así, antes de presentarse a Inocencio III, San Francisco tenía ya ganada a su favor una gran baza: había con­ vertido y atraído a su causa a un cardenal influyente. Y esto era ya un buen apoyo para sortear futuros y probables escollos. Y fue él, el cardenal, quien condujo a San Francisco a la presencia del papa Ino­ cencio III. La entrevista, definitiva para la forma futura de vida franciscana, siguió unos pasos que vamos a delimitar con el mayor cuidado posible porque son sumamente reveladores e interesantes. 54. Cf. en Archivum Franciscanum Historicum 1 (1908) 81. 55. Buenos conocedores del franciscanismo tienen esta escena como proba­ ble, por ejemplo Englebert; o como cierta, por ejemplo Beguin. Para nosotros es inverosímil y falsa, mientras no se den razones de peso en pro de su histo­ ricidad. Coincidimos en esta actitud negativa con el mejor biógrafo español de San Francisco, L. d e S a r a s o l a , San Francisco de A sís, Madrid 1960, 150. SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIASTICA 81 6

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