PS_NyG_1982v029n001p0041_00990410

80 MIGUEL G. ESTRADA Desde luego él no tiene ni poder ni vistosidad alguna. A lo más que puede aspirar San Francisco y el carisma franciscano es a cobijarse al amparo y a la sombra del gran árbol. Ni siquiera tiene la entidad suficiente como para poder doblegar al árbol copudo y grande. Pero ocurre que él, el mínimo Francisco de Asís, comienza a desarrollarse y rápidamente llega hasta alturas inverosímiles, hasta codearse con los más altos brotes del árbol señero. O sea, que según la transposición que San Francisco cree hacer de su sueño, él, arbusto minúsculo, debe confiar, pues Dios pondrá a la altura de sus manos al árbol frondoso y alto. Entre el humilde fraile y el altísimo Inocencio III existe, por­ que Dios así lo quiere, una cierta igualdad. Este es el sensacional descubrimiento que hace San Francisco. Y por eso la confianza, su gran confianza. En resumen, y a la hora de hacer una especie de balance: Ino­ cencio III es, en la mente de San Francisco, alguien de una grandeza que le sobrepasa hasta perderse de vista allá en las alturas; él, San Francisco, es un humilde cristiano a quien Dios ensalza lo suficiente como para poder charlar amistosamente y en un cierto plano de igual­ dad con el encumbrado pontífice. O sea, la postura inicial a adoptar por el carisma franciscano frente a Inocencio III, según el sueño del Santo, se comprimiría en estas dos palabras: admiración y confianza. Me parece que este primer encuentro entre el carisma franciscano y el papa, siquiera estén a su base unos sueños, ya nos da una pista muy expresiva para entender los futuros gestos tanto de Inocencio III como de San Francisco cuando ambos hombres se vean en la realidad y cara a cara. Se constata aquí que el carisma franciscano parte de lo que en él es más sustantivo: su probreza fundamental. Ser franciscano es ser pobre, medularmente pobre. Pero desde ese desamparo total, y dándole sentido, está la riqueza de Dios. Desde luego que lo que va a exhibir San Francisco ante el papa es su exterior pobrísimo. Pero porque ese exterior pobrísimo es ensalzado por Dios, San Francisco no se asustará ante la riqueza y la autoridad de Inocencio III. San Francisco piensa que su visión del Evangelio es auténtica; y, piensa, que la visión que tiene el papa del Evangelio también es auténtica. Y , entonces: respeto y amor al papa Inocencio III; miedo y ver­ güenza ante él, no. Así fue, en sueños o visiones, el primer encuentro carisma francis­ cano-papa. El segundo encuentro, ya real ciertamente, tuvo lugar a los pocos días en Roma.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz