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SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 79 cencío I I I para que el papa apruebe su proyecto de vida evangélica. Ante la mente del Santo aparecen las preguntas normales: ¿Qué pen­ sará el papa? ¿Verá bien, con buenos ojos, el franciscanismo nacien­ te? Y en seguida se dio cuenta San Francisco de que no le iba a ser fácil hacer entender al papa sus propósitos, de que no le iba a ser fácil doblegar a Inocencio I I I a sus ideas sobre la vida religiosa. Aunque San Francisco no se percatara de todas las dificultades que encerraba su género original de vida para ser aceptada por el papa, indudablemente intuyó el santo que sus propósitos iban a despertar muchas suspicacias en la Santa Sede y, en concreto, en el papa Ino­ cencio I I I . San Francisco, pues, no las tiene todas consigo y teme; sobre todo están atemorizados, como advierte Tomás de Celano, sus compañeros. La perspectiva de encontrarse cara a cara con Inocen­ cio I I I les da un poco de miedo. ¿Qué pasará ahora? Pero ocurre entonces, en aquellos días llenos de preocupación, que según el mismo Celano «una noche durante el sueño le pareció re­ correr un camino; a su vera había un árbol majestuoso; un árbol her­ moso y fuerte, corpulento y muy alto; se acercó a él, y, mientras a su sombra admiraba la belleza y la altura del árbol, fue súbitamente elevado tan alto, que tocaba su cima, y, agarrándolo, lo inclinaba hasta el suelo» 53. La descripción del primer biógrafo de San Francisco deja en claro dos extremos que nos ayudan a adentrarnos en la idea que San Fran­ cisco tenía del papa. Desde luego Inocencio I I I aparecía imponente, muy distante e inaccesible para el pobrecillo de Asís. En el sueño que nos narra Celano — San Buenaventura, quizás con menos exactitud, la llama visión— , el papa es como un árbol de «grandísima altura y diámetro». Naturalmente, se entiende que al hacer la transposición del sueño o de la visión a la realidad, y la transposición la hace el mismo San Francisco, ese árbol de grandísima altura y diámetro tiene una referencia muy concreta, es la persona del papa Inocencio I I I que es de tales dimensiones que supera con mucho al resto de los hombres, pequeños arbustos en su comparación. Pero esa grandeza no le asusta a San Francisco. En el otro extremo del sueño o visión, se contempla a sí mismo. E l, San Francisco, es una realidad pequeña, insignificante, frente a la enormidad de la institu­ ción jerárquica representada en el gran árbol que es Inocencio I I I . 53. Tomás de Celano, Vida primera, 33.

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