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78 MIGUEL G. ESTRADA permanecer unido al romano pontífice, quiere que el papa apruebe su modo de vida, que «todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen católicamente»51. Y se pone, acompañado por un puñado de hombres que han decidido vivir la misma aventura, en camino hacia Roma. Quiere pasar ahora, sin esperar más, la prueba definitiva que decantará la viabilidad o inviabilidad de su forma evangélica de exis­ tencia, de su carisma. Y ahora el papa y San Francisco, con dos con­ ceptos de la vida religiosa muy distintos —en algunos puntos opues­ tos— se van a enfrentar cara a cara. La escena no tiene desperdicio porque nos lleva hasta el meollo del problema que intentamos aclarar. Vamos a contemplar a San Francisco frente a la suprema autoridad en la jerarquía católica. El papa hablará desde la inmensa altura, temporal y espiritual, en la que ha sido colocado por la historia y por sus per­ sonales conceptos y manejos. San Francisco se va a mostrar desde el convencimiento y la humildad sencilla que le da su visión de la vida desde Dios. La escena, tratada por investigadores, pintores y cineastas de todos los tiempos, resulta difícil de aprisionar por cualquier medio humano por refinado que éste sea; se escapa a todo análisis. Pero será necesario abordarla. E intentar, aun a sabiendas de que es impo­ sible, penetrar en el fondo de aquel diálogo 52. El encuentro a que nos referimos, por lo demás, nos revela de manera muy clara lo que San Francisco pensaba sobre el papa, y sobre cuál iba a ser su actitud frente al mismo. Ocurre la escena cuando San Francisco está ya convencido de que debe presentarse ante Ino- actitud de renovador. Parece no advertir la herejía que ataca a la Iglesia y crea el odio. La cruzada y la Inquisición habrían podido sojuzgar la herejía. Francisco la disipó como la luz disipa las tinieblas» (Etudes inédites sur Saint François d ’A ssise, Paris 1933, 215). Al margen de lo que dicen estos autores mi conclusión sobre el particular es ésta: San Francisco conoció la herejía pero no la dio demasiada importancia. 51. Primera Regla , cap. XIX. 52. «Singulier contraste dans cette rencontre. D’un coté,la pompe d’une puissance unique au monde. De l’autre, la pauvreté acceptée, et même choisie. Ce sont pourtant deux forces en présence qui s’équilibrent et, demain, se soutien­ dront. Mais il n’y parait guère dans le spectacle qu’on peut imaginer de Fran­ çois se jetant aux pieds d’innocent III. En arrière de ces deux hommes qui se mesurent, il y a les cardinaux aux robes pourpres d’une part, et, de l’autre, onze pénitent ceints de la corde, prosternés comme celui qu’ils ont décidé de suivre... Pour le supliant, l’autorité du saint pére est toute-puissante. D’elle il attend non seulement una aprobation, mais un encouragement. Lui, le laïque, l’independant, se met volontairement sous le controle d’un jugement supérieur. On pourrait s’en étonner si l’on ne savait que François est soumis dans la mesure où il est libre» (P. L ep ro h o n , o . c ., 109).

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