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76 MIGUEL G. ESTRADA reyes y Señor de los que dominan, afirma que el Romano Pontífice tiene que participar de la potestad espiritual y de la temporal. La espiritual es ilimitada, la temporal es de dos clases: la directa se circunscribe a las fronteras de los territorios pertenecientes a la Santa Sede; la indirecta, como fundada en la espiritual, puede extenderse a todo el mundo. Melquisedec, sacerdote y rey, que bendijo a Abraham y recibió de él, como inferior, el pago de diezmos, es figura del pon­ tífice de Roma. El papaposee las dos espadas de que habla el Evan­ gelio, símbolos del poder espiritual y temporal, pertenecientes al Pon­ tífice, aunque éste sólo use de la espiritual, dejando el uso de la tem­ poral al emperador» 47. La autoridad del papa es, por tanto, teóricamente ilimitada. Recor­ demos bien esta idea porque sólo desde ella comprenderemos lo que de sí y de su autoridad pensaban los papas con los que tuvo que tratar y relacionarse el carisma franciscano. Y bien, con el papa y con un papa tan autoritario como Inocen­ cio I II tuvo que encontrarse San Francisco. No vamos a caer en la tentación de hacer clichés fáciles contraponiendo a aquellos dos hom­ bres y lo que representaban: el poder y la miseria, la sabiduría y la ignorancia, el fausto y el desamparo, etc. Esos serían esquemas dema­ siado fáciles y también falsos por unilaterales. En lugar de ello inten­ temos ver fríamente cómo presentan los primeros escritores francis­ canos aquel encuentro de dos ideologías religiosas tan dispares como eran el carisma franciscano y el imperialismo religioso de Inocencio III. Recordando aquellos textos veremos todo el contraste que existía entre ambas visiones religiosas: la carismàtica y desamparada de San Francisco y la triunfalista y autoritaria del Papa. Y lo difícil que resul­ tó casarlas entre sí. Según los más antiguos escritores franciscanos — constatemos ya este dato— , el primer encuentro realmente serio que tuvo San Fran­ cisco con la suprema autoridad de la Iglesia no fue muy reconfortante y amigable que digamos 48. Se ha querido minimizar el sentido de la 47. R. V illo sla d a , o. c., 596. 48. Los sentimientos que suscitó en San Francisco su primer encuentro con la Curia Romana y con el Papa los refleja exactamente esta frase de P. Beguin: «Francisco no pudo menos de notar entonces la mala voluntad de la Curia y reparar — y reflexionar — en la actitud tan reticente del papa mismo» (P. B eg u in , San Francisco y la Iglesia, en Cuadernos Franciscanos de Renovación 28 (1974) 217).

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