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SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 75 ció III debe ser considerado como uno de los pontífices más capaces y, de haber vivido veinte años más, probablemente habría podido rea­ lizar una magnífica obra» 46. Ahora bien, ya se entiende que un hombre así, con una metodo­ logía reformística muy peculiar y con un carácter férreo ayudado por una inteligencia perspicaz, no iba a dejarse dominar por nadie, sino que tendería a imponer su criterio a cuantos se acercasen a él o de­ pendiesen de él. Uno se imagina fácilmente que la figura de San Fran­ cisco, por carecer en absoluto de relieve humano, tenía que hacer muy poco al lado de aquel papa. Y eso vistas las cosas desde una vertiente humana, como dos personalidades de signo muy distinto. Pero sucede que hay otro elemento de referencia que hipotéticamente podría poner a prueba, muy profundamente, a aquellos dos hombres: el concepto de autoridad y, consecuentemente, el de obediencia. Esto último ya se adivina que es muy importante. Porque, ¿cómo ser un buen hijo de la Iglesia desde un concepto de obediencia que no se compagina total­ mente con el que tiene la suprema autoridad de la misma Iglesia? Imposible permanecer en la Iglesia en este supuesto, si no existe esa conjunción de ideas. Resultará, entonces, sumamente importante fijarse en el concepto de autoridad que tenía Inocencio III — la obediencia será ya una mera conclusión— para comprender cómo podrían encajar en ese concepto las ideas y el comportamiento de San Francisco sobre el particular. No vamos a hacer caricatura del concepto de autoridad, tal como era entendida por el papa Inocencio III. Ni tampoco vamos a inven­ tarnos nada o a hacer alardes de imaginación. Seamos escuetos y obje­ tivos a la hora de describir la autoridad como era entendida por la suprema jerarquía de la Iglesia en tiempos de San Francisco. Por lo demás, no necesitamos esforzarnos mucho en este intento, pues en aquellos lejanos tiempos se ponen los principios básicos sobre la auto­ ridad papal de los que hemos vivido hasta tiempos muy recientes. Para hacernos una idea somera de lo que se pensaba sobre la autoridad papal cuando San Francisco llega a Roma en el año 1209 , recordemos de nuevo la palabra autorizada del P. Villoslada que en­ juicia así a Inocencio III: «Partiendo de la idea que el Papa representa a Cristo, el cual es, además de Sacerdote sumo según el orden de Melquisedec, Rey de 46. Nueva Historia de la Iglesia, t. II, Madrid 1977, 30.

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