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74 MIGUEL G. ESTRADA a Dios y a su Iglesia. ¿Tendría, entonces, nada de particular que Ino­ cencio III no entendiera del todo a San Francisco de Asís? Más bien, parecía lo normal. Pero insistamos en la personalidad de Inocencio III, pues es fun­ damental para comprender el shock San Francisco de Asís-jerarquía eclesiástica. Desde luego Inocencio III fue uno de los papas más representa­ tivos de la Iglesia medieval. Ahora bien, por ser la personalidad de Inocencio I II demasiado compleja y rica no nos vamos a detener aquí a un examen prolijo de ella. Pero recordemos las características generales de su forma de ser y la idea base de la que parte para su trabajo pontifical. Ello nos iluminará para entender luego su actitud frente al carisma franciscano. He aquí los rasgos humanos fundamenta­ les que definen al papa Inocencio I II : «No era su vocación la de escritor, sino la de rector y gobernante de la Iglesia universal. Para eso Dios le había prevenido con dotes extraordinarias de inteligencia rápida y penetrante, visión clara de la realidad, habilidad diplomática y fino sentido práctico, voluntad firme, decidida y segura, conciencia clara de su altísima dignidad y de sus graves deberes, a lo que se añadía prestancia física y elocuencia. Como a todo hombre grande y victorioso, le acusarán de ambición, pero la de Inocencio I II no será otra que la del triunfo de la justicia y de la paz, con el engrandecimiento de la sede romana. No conoció el egoísmo ni las miras rastreras. Supo ser príncipe, conservando siempre un corazón sacerdotal» 45. Este juicio crítico de la personalidad de Inocencio I II hecho por el P. Villoslada coincide, en su sentido, con los mejores y más des­ apasionados juicios de cuantos han estudiado la figura del gran papa. Vamos a citar, como prueba, solamente uno, que nos llega del flemá­ tico mundo sajón: «Inocencio I II aparece más bien como un hombre preocupado por utilizar y aumentar todos los poderes inherentes a su cargo para servir a un objetivo que lo trasciende: la Iglesia de Cristo en Europa, y la felicidad eterna de sus hijos. Se ha dicho que fue el más grande de los papas. Tales calificativos son quizás necios; sin embargo, Inocen- 45. R. V illo sla d a , Historia de la Iglesia católica, t. II, Madrid 1953, 553.

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