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72 MIGUEL G. ESTRADA do San Francisco tratará más tarde con el papa Honorio I II y con Gregorio IX , creo que es cierto lo que dice Lortz cuando afirma que «Inocencio I II es el Papa del Poverello de Asís». Personalmente opino que lo que en su vida piense San Francisco sobre el papado estará afectado fundamentalmente por su encuentro con Inocencio III. Su­ puesto eso, cabe afirmar que del comportamiento del Santo frente a Inocencio I II podemos razonablemente deducir su actitud frente al papado, frente a la autoridad del papa. Pero, entonces, para darnos cuenta de toda la importancia de la respuesta franciscana a la cuestión de autoridad papa-carisma franciscano, nada mejor que partir de esta doble pregunta: ¿Qué tarea se había propuesto realizar en la Iglesia durante su pontificado? ¿Qué tarea quería realizar en la Iglesia San Francisco de Asís? ¿Qué pensaba Inocencio I II de su propia auto­ ridad? ¿Qué pensaba San Francisco de la autoridad de Inocencio I I I ? Desde luego que Inocencio I I I soñó con una Iglesia santa desde el primer momento de su elección. Entre los objetivos que se fijó aquel gran papa, estaba «reformar la cristiandad, laicado y clero» 42. Y para conseguirlo se embarcó en una serie de reformas de gran enver­ gadura. Por de pronto, y apenas elevado al pontificado, se entregó a la espinosa labor de transformar la misma curia romana mediante una serie de normas encaminadas a instaurar en ella más sobriedad y sen­ cillez, a cortar de raíz el tráfico intolerable que existía con la venta de bulas y documentos, a centralizar la administración y sanear el erario. Y una vez terminadas sus intervenciones reformadoras dentro de la curia romana, se lanzó Inocencio I I I a «la reforma de la Iglesia uni­ versal», como él mismo dijo más tarde en las Letras convocatorias del Concilio de Letrán. No vamos a citar aquí la larga lista de empresas que acometió Inocencio I I I en su afán por devolver a la Iglesia el auténtico rostro evangélico. Ese ansia reformística de aquel papa, y los numerosos pasos que dio para conseguirlo, están registrados por todos los historiadores serios que han escrito sobre aquella época. «A lto mérito suyo — dice H . Jedin refiriéndose a este papa— , fue haber visto en toda su extensión la necesidad de reforma en la Iglesia» 43. Pero si esto es así, cabe preguntarse si el ansia reformadora de Inocencio I I I coincidía con la que, a su vez, sentía San Francisco de 42. Nueva Historia de la Iglesia, t. II, Madrid 1977, 299. 43. Manual de Historia de la Iglesia, t. IV, Barcelona 1973, 247.

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