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70 MIGUEL G. ESTRADA que se llevara a feliz término lo dispuesto»40. Y naturalmente uno supone que para tal cosa, para «efectuarse» prácticamente lo que «pre­ paraba» San Francisco, el amigo y protector Hugolino hacía sus cam­ bios y adaptaciones; seguro que no se contentaba con ser un transmi­ sor pasivo. Y por eso cabe suponer razonablemente que la fuerte perso­ nalidad del eficiente protector debió tener su influjo en la redacción de la Regla. Además que él mismo lo dice: asesoró a San Francisco en ese caso concreto. Y la verdad es que existían muchas razones para que se diera ese asesoramiento: el cardenal, como hemos dicho, quería sinceramente a San Francisco; él era, por otra parte, el protector oficial y real de la Orden; además, el cardenal Hugolino, que tanto quería al Santo, le temía por lo que él pensaba tenía de exceso de celo y falta de realismo. Esto último es muy interesante como razón justificativa de la intervención del cardenal Hugolino en la redacción de la Regla, y por eso lo vamos a subrayar. El cardenal Hugolino, a la vez que sentía sincera estima por San Francisco, y precisamente por ello, le temía por sus «salidas» originales, más allá de toda malicia y cálculo humanos. Así lo admite expresamente Celano: «Conocedor de este deseo el señor Hugolino, ilustre obispo de Ostia, que veneraba al santo de Dios con singular afecto, sintióse poseído de temor y de alegría, admirando el fervor del santo varón y su ingenua simplicidad»41. Según el contexto de esa cita San Francisco se disponía a predicar delante del papa Honorio II, con ocasión de pedir al cardenal Hugo­ lino como protector de la Orden franciscana. Y el cardenal Hugolino se llenó de temor, no porque el santo le pidiera a él precisamente para este puesto que, de hecho, ya venía desempeñando, sino porque le asustaba San Francisco con su imprevisibles salidas de santo. Pero ésta debió ser una norma constante en la actitud de Hugolino frente a San Francisco: porque temía sus salidas originales de santo, el pru­ dente cardenal se encargaba de vigilar constantemente a San Francisco para corregir y limar los piadosos «excesos» en que incurría con fre­ cuencia. Y esa constante actitud precavida, miedosa y vigilante del cardenal Hugolino respecto al Santo de Asís, además de las otras razo­ nes que enumeramos más arriba, es lo que mueve a los mejores comen­ taristas de franciscanismo a sostener que la intervención del cardenal 40. T om ás de C elan o , Vida primera, 74. 41. Id., o . c.y 73.

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