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SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 43 Naturalmente que San Francisco tuvo que pasar por el delicado trance de hacer examinar su carisma innovador por la jerarquía de la Iglesia. Y naturalmente que se decidió a esa presentación buscando el que ellos, los jerarcas de la Iglesia, aprobaran su modo de vida. A veces, como en su viaje a Roma en 1209, llevó a las autoridades de la Iglesia su carisma de forma directa. En otras ocasiones, partiendo de las diversas situaciones que fueron surgiendo en su vida, hizo lo mismo aunque de forma indirecta. Pero en todos los casos, y esto es lo decisivo, su talante fue el mismo: el respeto. Esa fue su actitud fundamental. A la hora de preguntarnos cómo se situó San Francisco frente a la jerarquía eclesiástica en la presentación diversa que hizo a ésta de su carisma, las palabras claves me parece que serían las siguie- tes: respeto y obediencia; aunque no siempre comprendiera muy bien las actitudes de la jerarquía. Vamos a insistir en esta actitud de San Francisco frente a la jerarquía porque es fundamental. Sólo teniendo en cuenta este punto de partida estaremos capacitados para interpretar correctamente las diversas situaciones en las que se concretan ya esas relaciones entre San Francisco y la jerarquía. Más allá de las apariencias, y como su explicación adecuada, estará siempre el profundo respeto que San Francisco profesó a quienes ostentaban autoridad en la Iglesia. Y sólo desde la consideración de ese profundo respeto serán plenamente com­ prensibles aquellas relaciones Francisco-Iglesia. Descendamos, como ejemplo de ese talante especial franciscano, a describir una escena particular donde aparecen evidentes los senti­ mientos respetuosos de San Francisco hacia la jerarquía de la Iglesia. Aquel día estaba San Francisco en la ciudad de Siena. Y se le presentó el problema de las fundaciones conventuales. En Siena, como en otras muchas poblaciones italianas, se quería sinceramente a aque­ llos humildes y pobres frailes que seguían a San Francisco. Y lógica­ mente había un interés grande en que se quedaran a vivir de forma permanente en la ciudad. Porque en algún sitio tenían que vivir los frailes4. ¿Cómo hacer? Un piadoso señor ofreció a San Francisco unos 4. San Francisco, que primero vivió peregrino y ambulante de un sitio para otro, al ver que sus seguidores se multiplicaban se convenció de que los con­ ventos, siquiera fueran pobrísimos, eran imprescindibles. Indudablemente esto supuso un giro grande en el primer ideal itinerante del Santo. Pero San Fran­ cisco, realista, aceptó el cambio como inevitable y dirigió sus esfuerzos a salvar lo esencial: la pobreza.

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