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«En 1221 se expiden en su favor letras pontificias que les reco­ miendan a los prelados extranjeros; en marzo de 1222 obtienen per­ miso de oficiar en sus iglesias en tiempo de entredicho; en 1225 se les autoriza para celebrar la santa Misa en altares portátiles, sin que pue­ dan los obispos impedírselo; en marzo de 1226 reciben licencia de manejar dinero los misioneros de Marruecos; y luego de morir Fran­ cisco, los Frailes Menores son elevados al episcopado» 34. Y tales favores siguieron afluyendo a la Orden franciscana, sobre todo muerto San Francisco, por obra y gracia de cardenal convertido ya en el papa Gregorio IX. Que San Francisco pensara de forma dis­ tinta, es cierto; San Francisco literalmente no podía ver los privile­ gios. Para él caer en ellos era tanto como renunciar a uno de los pilares que constituían la opción evangélica franciscana. Y por eso fue tan tajante en el rechazo de los mismos. Hasta en los últimos momen­ tos de su vida se mostró angustiado ante la posibilidad de que sus frailes abandonaran su minoridad y buscaran «situarse» en la Iglesia como privilegiados, y, por eso, escribió terminantemente: «Mando firmemente por obediencia a todos los hermanos que, estén donde estén, no se atrevan a pedir en la curia romana, ni por sí ni por intermediarios, ningún documento en favor de una iglesia o de otro lugar, ni so pretexto de predicación, ni por persecución de sus cuerpos; sino que, si en algún lugar no son recibidos, márchense a otra tierra a hacer penitencia con la bendición de Dios» 35. No obstante, que el cardenal Hugolino y San Francisco opinaran de manera tan diametralmente distinta sobre este punto, no tenemos testimonios escritos donde aparezca que ello les llevara a discutir, aunque fuera amigablemente. No obstante, desde el pensamiento de aquellos dos hombres, y también desde sus actuaciones, cabe deducir que el encuentro y la oposición carisma franciscano-institución jerár­ quica de la Iglesia fue, en este punto, bien real. No estaban de acuerdo en absoluto. Y los representantes de las dos tendencias, San Francisco y el cardenal Hugolino, procuraron siempre salirse con la suya. No hubo escenas violentas en la defensa de sus puntos de vista, tan diver­ gentes, porque tanto San Francisco como el cardenal Hugolino eran dos espíritus selectos, hombres de gran altura espiritual. Pero es cierto que nunca estuvieron de acuerdo en este punto. Y que los dos siguie- 34 . O . E n g le b e r t , o . c ., 274 . 35 . Testamento, 25 - 26 . SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 67

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