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SAN FRANCISCO Y LA JERARQUÍA ECLESIASTICA 65 respetuosamente, pero sin dejar lugar al menor equívoco, replicó al cardenal tentador: «Mis hermanos se llaman menores precisamente para que no aspi ren a hacerse mayores. La vocación les enseña a estar en el llano y a seguir las huellas de la humanidad de Cristo para tener al fin lugar más elevado que otros en el premio de los santos. Si queréis — aña dió— que den fruto en la Iglesia de Dios, tenedlos y conservadlos en el estado de su vocación y traed al llano aun a los que no lo quieren. Pido, pues, Padre, que no les permitas de ningún modo ascender a prelacias, para que no sean más soberbios cuanto más pobres son y se insolenten contra los demás» 33. La petición, pues, quedaba denegada. Bajo unas palabras llenas de respeto y humildad estaba un no clarísimo, un no que no dejaba res quicio a la menor duda. Los frailes franciscanos debían ser los menores entre todos los cristianos. Y si fallaban en este punto perdían uno de sus distintivos característicos. Que era a lo que conduciría la petición del cardenal Hugolino caso de concedérsela. Por eso San Francisco con respeto, pero de forma tajante, responde negativamente. Y devuelve la pelota a su amigo el cardenal, le devuelve el mismo argumento que aquél acaba de emplear. Para mejor servir al bien de la Iglesia — así venía a argumentar el cardenal— , los franciscanos debían admitir car gos de renombre y responsabilidad. Y San Francisco: precisamente por eso, porque los franciscanos han de ser de provecho a la Iglesia, deben rechazar los cargos dentro de ella y seguir siendo «menores». Las palabras de San Francisco zanjan la cuestión con una fuerza y deli cadeza muy expresivas: «si queréis, pues, que sean de provecho a la Iglesia de Dios, dejadlos y conservadlos en el estado de su vocación y obligadlos, aun por fuerza, a permanecer en lugares bajos». Pero este pasaje es sólo una muestra, muy expresiva por cierto, del largo forcejeo entre San Francisco y el cardenal Hugolino en el intento por situar a los franciscanos dentro de la Iglesia en el lugar que les correspondía. Porque, ¿qué lugar deberían ocupar los francis canos dentro del Pueblo de Dios? Para San Francisco no había duda: los franciscanos debían ser los menores, los últimos dentro del Pueblo de Dios; y nada en la vida de un franciscano debería ir contra esa su minoridad específica. Y no sólo el ocupar puestos de gobierno debería ser rechazado por ellos, es que cualquier clase de privilegio eclesiás- 33 . Ibid. 5
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